Eugenio Noel fue un hombre nada sedentario (al contrario, se pasó media vida viajando por todo el mundo) y un escritor más que mediano que, además, presumía de españolismo desde el “antiespañolismo” visceral de que hacía gala y que, en su época, significaba estar frontalmente contra la “fiesta nacional” y todo el mundo espeso que la rodeaba. Tanto batalló contra el “flamenquismo” (toros más “jondo”) que su obra literaria ha quedado en un segundo plano.
Bohemio internacional, recorrió varias veces el continente americano dando conferencias y actuando en mil y un actos que le permitieran, al menos, comer todos los días. Aislado en su propio país, muy pocos lo apoyaron en su lucha contra la España de pandereta. Entre estos pocos estaba el no menos “raro” -para muchos- don Miguel de Unamuno, que en una carta le animaba a proseguir su cruzada, pero no solo contra “la flamenquería, sino contra toda forma de histrionismo y deportismo” (sic).
Tras la implantación de la República en 1931, muy otro fue el tono, y el fondo, de un folleto escrito sobre la marcha por este inabarcable escritor, viajero impenitente por medio mundo y al que le pilló por tierras americanas la proclamación de la II República. Poco después salían impresos la parte de sus escrupulosos diarios sobre aquellos días y, sobre todo, gracias a ellos se supo cómo se vivió allí, entre nuestros “primos” americanos, la irrupción de la libertad, tocada con gorro frigio, a la Madre Patria. Era un volumen de muy título muy extenso con un pequeño desfase en el mismo, en el que Noel desliza “nuestras colonias americanas” (pero, ¿aún teníamos colonias en ultramar?).
El libro se tituló Cómo ha “caído” la República Española en el alma de nuestras Colonias Americanas, apasionante crónica favorable al nuevo régimen escrita desde la lejanía. Poco después lograba reimprimir, actualizado, su ya, a la sazón, conocido y popular volumen República y Flamenquismo, veinte años después de la primera edición.
Eugenio Noel, uno de los hombres más desgraciados del planeta literario
El año de la gran tragedia, pero antes de iniciarse la guerra civil, en 1936, y sin demasiadas alharacas informativas ni grandes muestras de condolencia entre sus colegas, fallecía en Barcelona este aventurero de la pluma llamado Eugenio Noel (en realidad su nombre real era el de Eugenio Muñoz y Díaz). Acababa de regresar de México, de uno de sus muchos viajes por aquellos lares, siempre en persecución de la aventura… y de la manera de poder comer todos los días.
Luchador en solitario, quijotescamente (aunque su aspecto un tanto orondo lo alejara de su modelo), contra lo que él llamaba “flamenquismo”, sus campañas antitaurinas hicieron época. (Como una mínima compensación a una vida desgraciada, Noel tuvo a su lado a una mujer, para él solo -y nada menos- que “Amada”, en realidad, una cupletista y artista conocida artísticamente como Adela Margot).
Sin embargo, Noel fue algo más que ese firmante de manifiestos anti “fiesta nacional”. Fue, al mismo tiempo, un excelente novelista, un gran articulista, y un mitinero apasionado. Pocos se enteraron entonces, pero había muerto Eugenio Noel, uno de los hombres más desgraciados del planeta literario, tan a rebosar de marginales de la pluma. Por fin iba a descansar en paz quien no la tuvo en toda su atormentada existencia, ni siquiera en vísperas de su muerte, cuando habitaba una mísera pensión de Barcelona, su último hábitat y decorado en el que recibiría a la de la Guadaña en la más absoluta soledad.
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