La trinchera infinita es una magnífica película española de 2019 que cuenta en poco menos de dos horas y media una difícil historia, una arriesgada historia, de una manera solvente, cinematográficamente inestimable, gracias a una dirección (la de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga, responsable de Handia), un guion (el de Luiso Berdejo y el propio Goenaga), una fotografía (la de Javier Agirre Erauso) y unas interpretaciones sobresalientes (especialmente las de sus dos indiscutibles protagonistas, el siempre inconmensurable Antonio de la Torre, y la portentosa intérprete Belén Cuesta, que a la sazón se alzó ese año con el Goya a la Mejor Actriz, pero también los secundarios Vicente Vergara, José Manuel Poga y Emilio Palacios).
¿Otra peli sobre la Guerra Civil y el franquismo? Sí, ¿y qué? Bueno, en realidad no es otra en el sentido de otra más, es una brillante, arriesgada película que hace trascurrir su ficción sobre la realidad de unas décadas cada vez mejor conocidas, atendiendo un aspecto, un ángulo muy peculiar, el de los escondidos, el de los llamados topos. Claro que siempre habrá quien no vea en la película, en este o en cualquiera otra de esta categoría, nada conmovedor, nada interesante, nada de mérito, como Nando Salvá, que escribió en El Periódico de ella que “carece de hondura psicológica” y que “resulta particularmente decepcionante el enfoque que acaba adoptando”. ¿Sin hondura psicológica? Que te decepcione el enfoque es normal si tu idea de la realidad, del pasado español se basa en el trauma y en la desesperanza como motores del tiempo humano. Digo yo. Y dicho lo cual, hablaré de la hondura psicológica de este largometraje capaz de conmoverme al mostrarme a dos personas de carne y hueso escondidas (el protagonista, sí) en el viejo truco de la ficción grabada sobre celuloide (o sobre donde quiera que hoy se imprimen las obras de arte cinematográfico)…
Rosa e Higinio ven su auténtico amor sacudido por la terrible presencia de la Guerra Civil española, por el cruel interés de los grandes odiadores españoles del siglo XX, por la decidida tendencia homicida de los miedosos ultraconservadores, por los días en los que él, Higinio, creyó inconscientemente que el futuro iba a poner de una vez por todas fin al mundo en el que los que nada tienen seguirán atados a la posibilidad del hambre. Y luego… el tiempo, el paso inexorable del tiempo, su resistencia, la de Rosa y la del escondido Higinio, sobre su relación tapiada, opresiva, en medio de los avatares de una dictadura que les llega, en especial a él, como un eco incomprensible.
La trinchera infinita es de alguna manera una pequeña lección de Historia escrita y filmada por artistas, protagonizada y fotografiada por artistas, de los años que transcurrieron en este país de países mío entre el golpe de Estado militar de 1936 contra las instituciones republicanas y la publicación del decreto-ley de 1969 por el que prescribían todos los delitos cometidos antes del 1 de abril de treinta años atrás. Pero es, sobre todo, más aún, una delicada obra de arte brillantemente iluminada (por Javier Agirre Erauso, como se dijo) desde la casi absoluta oscuridad de su tenebroso inicio hasta la casi hermosa luminosidad de los días en que… Mejor no te lo cuento. Ya sabes. Ahora es cuando tú, si no la has visto, deberías verla.
Por último, me gustaría hacer una pequeña reflexión sobre lo que probablemente a personas como el crítico Salvá les llevó a ver en La trinchera infinita un enfoque incompetente. ¿Higinio, el escondido Higinio, es bueno o es malo? Un ser humano perseguido por los golpistas, por la consecuente dictadura franquista, ¿puede ser presentado artística o históricamente como alguien talvezquizásquiénsabealomejor manchado por la ignominia del asesinato, la persecución, la represión de rivales políticos? ¿Es esa duda sobre quien ha de exponerse prístino, adecuado, injustamente ultrajado, máximo representante del pueblo llano maltratado por la oligarquía y los poderosos eternos, la que lleva a los Salvás del mundo a considerar que una obra de arte ha de estar incontestablemente del lado de ese Bien casi divinal? A mi juicio, sí. Y creo que están equivocados. En la realidad, el blanco y el negro son difíciles de explicar, imposibles de interpretar. Son un burdo remedo del deseo amparado en el trauma.
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