Cultura

El Barflor: la resistencia de un Madrid machacado por las bombas

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Barflor

Las historias nos han familiarizado, una y otra vez, con los cafés de Madrid, con sus tertulias y tertulianos, y sus cafés con medias tostadas, sus veladores de mármol y hierro colado, y con toda la fauna variopinta de los bohemios pululando por allí. Pero, al fin y al cabo, esos cafés tenían una clientela, incluida la misma bohemia, proveniente de la mesocracia o de las profesiones o artes liberales. Sin embargo, había otros lugares de encuentro mucho más modestos y visitados, en general, por el proletariado. Uno de estos establecimientos fue el Barflor (así, escrito junto), situado estratégicamente en la Puerta del Sol con Carretas y que no ha tenido tanta literatura a su servicio como la abundantísima de los populares cafés, aunque, por el contrario, su imagen siempre destacada en las imágenes de la Puerta del Sol, fue “tarjeta de visita” de todas las postales de casi un siglo.

Desaparecido, al final, y engullido por una de esas tiendas neutras e internacionales, el Barflor fue un invento de un asturiano, Francisco de la Vega Pérez (que siempre sería conocido como “don Paco”) llegado a la Corte con catorce años desde su tierra natal en la que había ejercido, hasta ese momento, de humilde pastor de ovejas.

Nada más llegar a Madrid, entra de mozo de taberna, y, en años sucesivos, como una hormiguita, va ahorrando céntimo sobre céntimo, hasta quedarse con ese primer bar donde trabaja, después con otro sito en la calle de San Bernardo, luego otro en Carretas, y el cercano de Zaragoza, frente al Palacio de Santa Cruz, Ministerio de Asuntos Exteriores (entonces de Estado).

En 1924 se hace con Barflor

Por fin, en 1924, se hace con el relativamente reciente Barflor, y el único que se mantendría bajo su control al ir vendiendo los anteriores. Todo ello le ocurre a un muchacho que, al no tener dinero para irse a América (el sueño de todo asturiano), se queda en Madrid. En adelante, su Barflor, siempre abarrotado y popular, viviría en carne propia, llegado el 36, los casi tres años del asedio de Madrid, convirtiéndose aún más en refugio y lugar de cita de milicianos y ociosos. En una ciudad machacada por las bombas y asediada por el hambre y las privaciones, fueron muy célebres sus menús “resistentes” para una población depauperada.

Pasada la tormenta bélica, Francisco de la Vega quiso dar rienda suelta a una vocación que siempre tuvo, pero que el trabajo le impidió desarrollar: la poesía. Nostalgia fue un poemario que vería la luz de la publicación al que siguieron otros, siempre con un amor sobre todos los demás como motivo central: “su” amadísima Puerta del Sol, vivida desde su observatorio privilegiado del Barsol. (En realidad, siempre fue un indiano atípico emigrante en… Madrid que, con sus pesetas conseguidas en su negocio, apoyó y mantuvo en la comarca asturiano de Onís una escuela avanzada, inspirada en la Institución Libre de Enseñanza.)

Competencia

El local se había abierto en 1920 con bastantes pretensiones (exhibía aún un estilo modernista bastante pretencioso), de hecho, la decoración pertenecía al escenógrafo y decorador Salvador Alarma. Quizás como competencia con el cercano, y ya veterano Lhardy, en el Barflor también había un mostrador exclusivamente dedicado a la venta de pastelería y embutidos enfrentado a otro, solo para clientes sedientos.

Aunque, claro, sus productos no podrían con los “exquisitos” de su colega de la Carrera de San Jerónimo. Hombre muy ligado al mundo de la prensa, cedió a dos periódicos del mismo patrón: El Sol y La Voz, el lateral de su fachada que daba a Carretas para que, en grandes pizarras, plasmaran allí las últimas noticias recibidas en ambas redacciones. Esa voluntad de información se complementaría después (sobre todo durante la guerra) con potentes altavoces conectados a la radio para que todos escucharan los partes de guerra y las alocuciones y consignas de las autoridades republicanas. Reducido hasta casi ser un bar testimonial en esos duros tiempos, pocos recordaban ya su anterior llamativa portada con luminosos y letreros muy actuales con dos palabras destacadas: “Martini-Cocktail”.

Ubicado en un punto muy estratégico de Sol, la enorme fama del lugar, al estallar la guerra civil no solo no decaería, sino que, al contrario, se convertiría en punto de encuentro de toda una población ansiosa de novedades que, gracias a la conexión de los ya citados potentes altavoces con Unión Radio, la gente no tenía que esperar la salida de los periódicos y estaban al tanto de las novedades.

Y, de camino, se engañaban “degustando” los productos (invisibles) que ofrecía el bueno de “Paco” de la Vega (y que, en un rasgo de humor imposible, los bebestibles incluseros que se ofrecían ya venían bautizados como “cócteles infernales”). Un gentío que, por lo habitual muy bullicioso, alcanzaban el histerismo cuando desde las ondas llegaban noticias positivas para la República o, si no era así, el griterío tampoco desaparecía, cambiando únicamente el “colorido“ de los “vivas“ por “mueras“ de los apostados en la puerta, que se acompañaban de sus correspondientes silbidos y abucheos.

José María López Ruiz
José María López Ruiz es escritor, periodista, investigador y publicista. Sus trabajos han aparecido, entre otras cabeceras, en Historia y Vida, Guía del Ocio, La Información de Madrid, Dígame, Historia 16 e Interviú, y en Andalucía, en El abanto, Diario de Andalucía, El Correo de Málaga y Málaga Variaciones, entre otras.

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