Companys fue un personaje clave en la escritura de aquella triste historia de España que siempre acaba mal, según el conocido y pesimista verso de Gil de Biedma. Como es bien conocido, aquel personaje ilustre y singular (1882-1940) lideró Esquerra Republicana de Catalunya, fue diputado catalán y presidente del Parlamento de Catalunya en 1932, ministro de Marina de España entre junio y septiembre de 1933 (en el último gabinete presidido por Azaña durante la primera legislatura republicana) y, tras la muerte de Maciá, ocupó la presidencia de la Generalitat entre 1934 y 1940.
Como es bien conocido, el 19 de noviembre de 1933 se celebraron elecciones generales en la República, que ganó la derecha (fueron elegidos 227 diputados de derechas —115 de ellos de la CEDA—, 144 de centro y 101 de izquierda). El 4 de octubre de 1934 se anunció la entrada de la CEDA en el Gobierno y el día 6 Companys acusó al nuevo gobierno de “monarquizante” y “fascista” y proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española.
No se entendería bien aquel gesto si, como explicaba recientemente López Burniol en un artículo certero, no se tuviera en cuenta que la CEDA estaba por aquel entonces flirteando de forma manifiesta con el fascismo centroeuropeo. En mayo de 1932, Dollfuss, inicialmente socialcristiano y con fama de moderado, llegaba a la presidencia austriaca, y poco después ilegalizaba al Partido Socialista, declaraba partido único al Frente Patriótico, que englobaba a toda la derecha y que él mismo controlaba, e iniciaba una reforma corporativista de la Constitución que facilitaba su deslizamiento hacia la dictadura, como finalmente ocurrió (eran los prolegómenos del nazismo). Con razón o sin ella, las izquierdas españolas temieron que aquí se reprodujeran aquellos movimientos impulsados por el nacionalsocialismo, y ello explica (aunque no justifica, obviamente) tanto la Revolución de Asturias como el golpe catalán, que fue reprimido por el general Batet, quien cumplió lealmente órdenes de la República y restauró la legalidad republicana mediante la inevitable represión violenta y legítima (hubo muertos y heridos). Companys y sus colaboradores más cercanos fueron a prisión, y acabarían juzgados y condenados por el Tribunal de Garantías Constitucionales, lo que no impidió a Companys obtener acta de diputado por Barcelona en las elecciones de febrero de 1936 que ganó el Frente Popular. La República mantuvo en todo momento la legalidad y, como parece lógico, actuó jurídicamente contra quienes la agredieron. Hasta este punto, Companys sólo fue víctima de sí mismo.
Pero el destino final de Companys fue trágico: en las postrimerías de la guerra civil, el 24 de enero de 1939, Companys salió de Barcelona rumbo a Francia para ponerse a salvo de las tropas franquistas que avanzaban hacia la Ciudad Condal. El 5 de febrero salió de España; lo hizo junto al lehendakari Aguirre y algunos altos funcionarios de los gobiernos vasco y catalán; horas antes lo habían hecho Azaña, Negrín y Martínez Barrios. Companys, un personaje molesto para las autoridades francesas, llegó a París, aunque en junio de 1939 se refugió en una pequeña localidad cercana desde la que viajaba frecuentemente a la capital para visitar a su hijo, recluido en un sanatorio por causa de una grave enfermedad mental. Esta ligazón le disuadió de viajar a México cuando se produjo la capitulación francesa ante la Alemania nazi. Tras la victoria de Hitler sobre el país vecino, el embajador español en París, José Félix de Lequerica, pidió a las autoridades francesas de Vichy, sometidas a Berlín, que disolvieran las organizaciones españolas de exiliados, y Serrano Súñer, ministro de Exteriores de Franco, organizó la detención y repatriación de más de 800 republicanos exiliados. El 13 de agosto de 1940, agentes de la policía alemana detuvieron a Companys cerca de Nantes y lo entregaron a las autoridades franquistas el 29 de agosto; fue trasladado a Madrid y torturado. El 14 de octubre era juzgado en consejo de guerra en Montjuich y condenado a muerte en horas por “adhesión a la rebelión militar”. Curiosa y sádica ironía. El 15 de octubre, tras el ‘enterado’ del dictador, fue fusilado en los fosos del castillo que domina la capital de Cataluña. Rechazó la venda en los ojos y murió gritando ¡‘Per Catalunya’!
Companys fue un personaje rico y complejo. Cada cual es dueño de juzgar su ejecutoria. Pero a la hora de los homenajes, conviene no crear confusión ni recurrir a la posverdad: fue inicuamente fusilado por la dictadura fascista del general Franco. Al igual que otros miles de republicanos de toda España. Antes, la República democrática, contra la que se alzó, se limitó a aplicar sus medidas dentro del Estado de Derecho para salvaguardar la legalidad. Vincular los dos episodios es sencillamente una manipulación.
Comentarios