No había coalición del Partido Popular con Ciudadanos por la negativa de Albert Rivera de aliarse tan estrechamente con una formación que a su juicio no ha realizado todavía el saneamiento completo después de la interminable secuencia de episodios de corrupción, por lo que Rajoy ha hecho el gobierno que le ha parecido oportuno. Tanto ha sido así que ni siquiera ha tenido a bien consultar con su socio principal de legislatura, a quien tampoco ha comunicado la composición del equipo antes de que se hiciera público. Por supuesto, tampoco ha tenido el detalle con el presidente de la gestora socialista. Ni con la ciudadanía, a la que no ha creído oportuno informar personal y directamente de unos cambios que, como cualquier medida relevante del poder, requieren una explicación. En definitiva, Rajoy ha actuado como si dispusiera de mayoría absoluta para hacer y deshacer a su antojo, con la salvedad, nada irrelevante ciertamente, de no confirmar al ministro más abrasado de en anterior gabinete, Fernández Díaz, a quien sin embargo pretende nombrar embajador en El Vaticano.
Sin embargo, la previsibilidad de Rajoy no se ha visto confirmada del todo esta vez en la designación de un nuevo gobierno, ya que el continuismo que se consideraba lógico e inevitable se ha producido con creces pero se ha teñido de tintes creativos que matizan el producto final.
Lo más relevante del nuevo equipo es lo que continúa como hasta ahora, con algún cambio cosmético. Rajoy es amigo de los equilibrios inestables, que fragmentan el poder delegado: prefiere mantener la bicefalia económica aunque ello produzca descoordinación, y satisface la aspiraciones de la número dos del partido frente a la número dos del gobierno dándole a Cospedal un atractivo bocado de poder, nada menos que la cartera de Defensa, donde encontrará sin duda ocasiones sobradas de lucimiento, tras la estela de una Chacón que impuso su frágil matriarcado como símbolo de la estética zapaterista.
En definitiva, Rajoy ha reiterado sus dos claves sobre las que se asienta el gabinete: la vicepresidencia única y el equipo económico dual. En el segundo nivel ejecutivo, con funciones de coordinación sobre todo el equipo, se mantiene Soraya Sáenz de Santamaría al frente de una entidad denominada ‘Vicepresidencia, Ministerio de la Presidencia y para las Administraciones Públicas’. Con la particularidad de que la número dos ya no ostenta la portavocía, que parece prudente transferir después de cinco años de ejercicio. Es el afable Íñigo Méndez de Vigo, con profesión y talante diplomáticos, quien ha tomado este testigo. Su estreno el mismo viernes ha sido una muestra de apertura, voluntad de diálogo y buena disposición. Se ha mostrado dispuesto a entenderse con todos, con especial voluntad de hacerlo con los socialistas.
Por otra parte, la estructura del equipo económico mantiene sus columnas fundamentales: Luis de Guindos seguirá siendo ministro de Economía y Competitividad, pero acumulará también Industria, y Cristóbal Montoro continuará al frente de Hacienda, aunque perderá Administraciones Públicas y adquirirá la Función Pública. En esta área, Fátima Báñez mantiene Empleo –su capacidad de interlocución con los agentes sociales lo presagiaba– y García Tejerina conserva su complejo Departamento de Agricultura. Las novedades en ese sector son dos, y relevantes: Álvaro Nadal (ICADE) estrena un nuevo Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital, y el ingeniero de Caminos y alcalde de Santander –ciudad a la que ha convertido en una gran Smart City— Íñigo de la Serna es el nuevo ministro de Fomento. De la Serna, prácticamente desconocido en Madrid, se incorpora al fin a la política estatal y tiene cualidades que podrían hacer de él un claro candidato a la sucesión en el Partido Popular cuando llegue el momento de plantearla.
Rajoy ha incorporado también caras nuevas e inesperadas, contra pronóstico: Alfonso Dastis, diplomático de prestigio, al frente durante años de la delegación española en la UE, es el nuevo ministro de Exteriores; el exalcalde de Sevilla José Ignacio Zoido, el de Interior, y la diputada catalana, experta en Derecho Urbanístico, Dolors Montserrat, la nueva ministra de Sanidad. Los tres llegan con credenciales profesionales pero su desempeño futuro es lógicamente una incógnita.
La única incorporación de los cuadros de Génova al Gobierno es la de la secretaria general, Dolores de Cospedal, que va a Defensa. El nombramiento es importante pero sorprende que Rajoy no haya incorporado a la generación más joven que lleva ya el peso material del partido. Ninguno de los vicesecretarios ha sido promocionado al Ejecutivo, lo que debe producir cierta desazón en el aparato, ya que se ve que la tarea interna sirve poco para la promoción política personal.
Salen del Gobierno Fernández Díaz, García Margallo y Morenés, los de más edad del anterior gabinete. La marcha del primero de ellos aliviará las tensiones que han rodeado al PP en los últimos tiempos.
En general, todas las caras viejas/nuevas del gabinete presentan facciones dialogantes, propicias al entendimiento, favorables al diálogo. Sin embargo, habrá que ver cómo encaja este equipo en un marco en que todas las decisiones han de ser consultadas con los socios de la mayoría minoritaria –muy minoritaria— so pena de que se frustren irremediablemente. En otras palabras, al escribir estas líneas flota en el ambiente la sensación de que Rajoy se dispone a seguir gobernando tras el interregno de 10 meses como si nada hubiera ocurrido, con pautas parecidas a las anteriores y con un equipo renovado pero de idéntica confianza y manejabilidad. Y no va a ser así en absoluto. Por lo que la pregunta es si el nuevo esquema de gobernabilidad será efectivamente funcional o nos abocará de nuevo al bloqueo y la parálisis.
Magnífico el articulo de Pedro Villalar. Ha presentado una panorámica
del nuevo gobierno, con un análisis suscinto, pero real.