Es curioso observar que los dos debates celebrados en televisión entre los cuatro líderes estatales cuyas formaciones poseían grupo parlamentario en la legislatura anterior no parece que hayan servido mucho para mover los votos de un bloque a otro y sí, en cambio, para reordenar las adhesiones y las relaciones en el seno de cada uno de ellos. Ante las urnas, hay hoy dos bloques mejor definidos que nunca, y ello porque la radicalización de las posiciones dificulta los deslizamientos, después de que se asienten las clientelas de babor y estribor.
Aunque la ley d’Hont no tiene efectos tan drásticos como los que produce el sistema mayoritario (que conduce inexorablemente al bipartidismo según la conocida ley de Duverger), es claro que la fractura de un hemisferio ideológico perjudica a todos los actores, que tendrían conjuntamente más escaños si permanecieran unidos. Durante la etapa de bipartidismo imperfecto, era la izquierda la víctima sistemática de esta división, ya que el PP no tenía contrincante en su espacio y el PSOE sí debía compartir el suyo con el Partido Comunista (primero) o con Izquierda Unida (después). En la actualidad, tras la incorporación sucesiva de Ciudadanos, Podemos y VOX al mapa político, la derecha esta escindida en tres facciones y la izquierda en dos.
Podría, en fin, creerse que hemos pasado de un bipartidismo imperfecto a otro, pero la apariencia es equívoca y la traslación no es tan simple. Porque el cambio de modelo ha sido destructivo, ya que introduce elementos que ponen en riesgo el espíritu constitucional: como es evidente, han entrado en liza actores ajenos al consenso constituyente, lo que pone en riesgo la supervivencia del régimen del 78. Un régimen cuyo enemigo no es ya Podemos (Pablo Iglesias ha evolucionado desde sus críticas ásperas al modelo de la Transición a la defensa de la Constitución que todos pudimos ver en los recientes debates) sino el soberanismo catalán, de un lado, y VOX, del otro lado. El soberanismo dio un golpe de mano que fracasó y está teniendo consecuencias penales, y VOX postula un modelo neofranquista que es directamente incompatible con la Constitución, aunque de momento no se haya pronunciado demasiado explícitamente contra ella (sólo contra algunos de sus preceptos fundamentales).
Una agria competición
En definitiva, compiten este domingo dos bloques agriamente enfrentados. Por una parte, las tres formaciones de derechas, una de las cuales es la homóloga de las formaciones de extrema derecha europeas, desde la Liga italiana al Antiguo Frente Nacional —actual Reagrupamiento Nacional— francés pasando por la Alternativa para Alemania y todas las demás formaciones de la misma índole. Pero si en la UE las organizaciones de centro-derecha han establecido un cordón sanitario frente a la extrema derecha, aquí las nuestras la han admitido sin rechistar, como acaba de verse en Andalucía.
Para mitigar esta vergonzante condescendencia, las formaciones de derechas acusan al PSOE de connivencia con el soberanismo, lo cual es un falaz parangón. Porque el PSOE apoyó en su momento al PP en la aplicación (muy tardía por la pusilanimidad de Rajoy) del art. 155 CE y en el proceso de encausamiento de los responsables de aquel referéndum unilateral intolerable que actualmente se sustancia en el Tribunal Supremo.
Es cierto que los votos soberanistas ayudaron a Sánchez a ganar la moción de censura frente a Rajoy, pero este fue descabalgado no por el modelo territorial sino por la corrupción, días después de que los tribunales declararan la responsabilidad penal del PP en el ‘caso Gürtel’ y cuando el magma hediondo de las apropiaciones indebidas y las prevaricaciones invadía gran parte del edificio popular, hasta extremos que sorprendieron a toda Europa. En ningún momento el PSOE ha puesto en almoneda la Constitución, ni ha sugerido la menor condescendencia hacia el pretendido e inexistente derecho de autodeterminación, sino que ha permanecido valedor y garante de las esencias constitucionales, que incluyen la unidad del Estado, a criterio de una única soberanía nacional.
La felonía de la derecha
Las fuerzas conservadoras, sin embargo, han cometido una felonía —aquí sí se ajusta el término— con el espíritu de la Transición al dar entrada en su club a una formación cuyo lenguaje nos devuelve a la etapa preconstitucional, cuando los últimos paladines de la dictadura –‘el búnker’, ¿recuerdan quienes tienen edad para ello?— elogiaban la obra del dictador, evocaban la pervivencia del régimen franquista como inexorable y calentaban bajo mano el ambiente castrense para que diera una cuartelada, como finalmente ocurrió el 23-F.
Dar entrada al territorio democrático a un nuevo franquismo —no hay que olvidar que el franquismo luchó codo con codo junto a Hitler en la Segunda Guerra Mundial, por lo que se le ha de corresponsabilizar de todo cuanto ocurrió entonces— es traicionar el espíritu de la Transición, que dio paso a la Constitución de la concordia, en la que los más radicales de uno y otro lado cedieron en aras de un consenso creativo que nos ha traído hasta aquí.
En resumidas cuentas, la opción conservadora está contaminada por admitir en su seno un atavismo inquietante del que nos habíamos librado durante cuarenta años, y que hoy resucita por un cúmulo complejo de razones que habrá que desgranar con la debida minuciosidad. Y esa contaminación asusta a muchos demócratas porque abre puertas a lo descocido, reabre debates que ya estaban clausurados y resucita odios que debieron haber sido enterrados para siempre con el último dictador.
La opción conservadora está contaminada por admitir en su seno un atavismo inquietante del que nos habíamos librado durante cuarenta años
Dura labor para el PSOE
En el otro lado, el PSOE tendrá que trabajar duro para resolver el conflicto catalán, azuzado por irresponsables y ambiciosas medianías, con las únicas armas de la negociación, el diálogo y la ley. Pero en esta pugna no están en juego ni los principios constitucionales ni los valores de tolerancia y de respeto que ya predominan en nuestra sociedad.
Sea como sea, la presencia de Vox ha generado una bipolaridad irreductible, que hará muy difíciles los consensos transversales gobierne quien gobierne. Es lógico por tanto que muchos sintamos por primera vez en este régimen una gran inquietud por el futuro y un tremendo vértigo al ver que podrían regresar las ideas y los ademanes del viejo fascismo.
El desenlace de este complicado dilema está en manos de la ciudadanía, y cada elector sabrá muy bien lo que ha de hacer. Lo único que el observador tiene derecho a pedir es que si no prospera este siniestro proyecto que incluye a la extrema derecha, las dignísimas fuerzas conservadoras reconsideren si hacen bien admitiendo como compañeros de viaje a quienes añoran los tiempos felizmente enterrados de la intransigencia, del predominio de la mitad de España sobre la otra mitad.
Comentarios