En teoría, hasta el mismo día 1 de mayo habría tiempo para promover in extremis una moción de investidura que se celebraría el día 2 y que debería concluir ese mismo día para que no funcionase el automatismo previsto en la propia Constitución. Lo ha explicado la periodista Marisa Cruz en su periódico “El Mundo”, y supongo que algún columnista más en otros medios. Pero no parece probable que aquí se reitere el caso catalán, en que, como se recordará, Artur Mas tiró la toalla en el último momento y la CUP aceptó su relevo por Puigdemont. Entre otras razones, porque aquí existe un serio bloqueo que ya se ha interiorizado y que no ofrece margan a los distintos partidos.
Es evidente que los resultados de las nuevas elecciones no pueden variar mucho con relación a los del 20D, pero los partidos tienen confianza en mejorar su posición (las encuestas no favorecen a Podemos pero la realidad es que nunca acertaron en el pasado con los resultados de esta formación). El PP está convencido –es su discurso actual tanto en público como en privado- de que su trayectoria rectilínea en la propuesta de una ‘gran coalición’ y el galimatías organizado por la restantes fuerzas terminarán atrayendo a buena parte de sus anteriores votantes, que se refugiaron esta vez en la abstención, a causa de la corrupción y de la inclemente política de ajustes practicada durante la legislatura pasada.
PSOE y Ciudadanos, por su parte, cuentan con mejorar su posición gracias al pacto de centro conseguido por ambos, que ha sido la única respuesta positiva que se ha dado al mandato de negociar y pactar para conseguir una mayoría de gobierno. Sánchez y Rivera escenificaron un intento de investidura que les dio notoriedad –sobre todo a aquél- y ambos confían en recoger más apoyos en sus respectivos espacios políticos, el centro-derecha y el centro-izquierda.
Podemos, por su parte, puede alegar que su resistencia ha impedido que se consume una fórmula de gobierno continuista, ya que a su juicio el programa conjunto PSOE-C’s no es lo bastante izquierdista ni radical, por lo que no se colmarían las expectativas mayoritarias de la ciudadanía. El envite es arriesgado porque, por una parte, puede suceder que la resistencia irreductible de Podemos y sus confluencias arroje finalmente el resultado de un gobierno conservador PP-C’s. Y, por otra parte, el cálculo de que la clientela de Podemos está formada por gentes bien caracterizadas de izquierdas puede resultar equivocado ya que en los 5,2 millones de votos recogidos por Pablo Iglesias y los suyos hay por fuerza más de la mitad de ellos que en convocatorias anteriores votaron al PSOE e incluso al PP. Los sociólogos políticos insisten en que la clientela de Podemos es transversal, por lo que la radicalización, que se haría patente si cuajara la alianza con Izquierda Unida, podría generar desconcierto en buena parte de los seguidores de Podemos.
Con estas expectativas, es poco probable que surja la sorpresa de última hora (en Cataluña, el soberanismo sabía que si no cuajaba un gobierno in extremis y se iba a nuevas elecciones quedaría en minoría parlamentaria). Y el riesgo estriba, obviamente, en que el electorado persista en sus posiciones en vez de deslizarse según pautas que hoy por hoy es imposible adivinar. En este caso, si no cambian los apoyos del electorado, tendrá que cambiar la disposición de los partidos….
Lo que sí parece temible es que la abstención crezca el 26J, a consecuencia de la apatía y de la irritación sobrevenidas en el electorado ante la conducta de la clase política. Pero nada está escrito y todos volveremos pronto a tener en nuestras manos el futuro.
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