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La izquierda en peligro. El bucle perverso del malestar

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la izquierda se tambalea
Foto: AdobeStock

La izquierda, representada hoy parlamentariamente por el PSOE y Unidos Podemos y por alguna minoría nacionalista, está en una difícil encrucijada a pesar de que recientemente haya conseguido vencer en una moción de censura a la derecha, cuando la corrupción había llegado a traspasar determinados umbrales judiciales. Lo sucedido en Andalucía es muy expresivo en sus tendencias dominantes: la pérdida imparable de confianza del electorado en los partidos tradicionales, PP y PSOE, que caen estrepitosamente; la subida del centrismo conservador que representa Ciudadanos y el desvío de muchos votos del arco parlamentario (incluido algunos antisistemas) hacia la extrema derecha, con un descenso también sensible de la extrema izquierda, de la versión andaluza de Unidos Podemos.

El hecho de que el establishment, que había organizado desde 1978 un bipartidismo imperfecto que resultó en líneas generales funcional hasta 2007, no fuese eficiente en la gestión de la crisis, así como la evidencia de que el PP ni siquiera entendió la necesidad imperiosa y urgente de recomponer después lo antes posible el estado de bienestar destruido por los errores del neoliberalismo global, engendraron en este país unas fuertes tensiones sociales que se encauzaron gracias al aliviadero de Podemos, a su vez heredero del espíritu movilizador del 15M (las grandes manifestaciones madrileñas del 15 de mayo de 2011). El cauce abierto por Pablo Iglesias y su grupo de jóvenes profesores recién llegados a la política acabó remodelando el viejo bipartidismo hasta originar un nuevo equilibrio a cuatro manos que parecía funcional: el PP y Ciudadanos formaban el término conservador de un nuevo binomio dialéctico, con el PSOE y Unidos Podemos en el ala progresista.

Pero Podemos no ha sabido gestionar la confianza ciudadana que recibió en las elecciones generales de 2015 y 2016. Primero, Iglesias se hizo el harakiri ideológico al pactar con Izquierda Unida en la estela de Anguita (la decrepitud ideológica más rancia), pasando a ocupar desde entonces el pequeño nicho de la extrema izquierda, que en este país tiene la dimensión que tiene, tras la experiencia de cuarenta años de patética resistencia a la extinción. Después, Podemos se ha desmoronado por los personalismos agresivos de sus propios protagonistas, con Iglesias a la cabeza. La formación que criticaba a ‘la casta’ por prosaica y ambiciosa, por ávida de poder y de dinero, ha incurrido en parecidos vicios, e Iglesias es el único superviviente indemne de aquella experiencia gregaria que pronto perdió su virginidad y se convirtió en carne de política montaraz. Ahora, la defección de Errejón podría arruinar definitivamente la opción política si la corriente del antiguo número dos y el tronco encabezado por Iglesias no conseguir mantener una mínima unidad que dé consistencia al proyecto y mantenga su credibilidad ante el sector del electorado que está dispuesto a secundarlo.

La demagogia xenófoba, muy eficaz en lugares de potente multiculturalismo e insoportable desempleo, ha terminado aglutinando a los tránsfugas del viejo régimen

La pérdida por Podemos de su sentido reivindicativo y transversal, compatible con un discurso progresista y pragmático, ha tenido un efecto perturbador sobre los equilibrios políticos; un efecto que se ha visto con claridad en Andalucía: la disidencia más radical, la irritación social más sorda y seca por la incapacidad del sistema de  reconstruir los términos igualitarios del viejo pacto social, se ha canalizado ahora a través del otro radicalismo, el de extrema derecha, como ha sucedido en otras partes de Europa. La demagogia xenófoba, muy eficaz en lugares de potente multiculturalismo e insoportable desempleo, ha terminado aglutinando a los tránsfugas del viejo régimen, y aunque no cabe hablar evidentemente de un trasvase automático de votos de un radicalismo a otro, el símil de los vasos comunicantes sí es de aplicación. Y el equilibrio se ha destruido: ahora hay tres partidos a estribor, con un neofascismo en auge, y dos a babor, con un Podemos declinante.

Aunque el PSOE remonta a ojos vista, a falta de una reconstrucción interna que todavía está pendiente, el futuro no parece, pues, demasiado optimista para la izquierda de este país. Lo sucedido en Andalucía sugiere un escoramiento general del electorado hacia la “derecha sin complejos” –el término es de Aznar— que, al haberse aceptado el marchamo de Vox, a muchos nos sugiere inequidad, desintegración, intolerancia ante los conflictos territoriales, recorte de libertades, homofobia, regresión en las políticas de género, uniformismo territorial, involución…

Por añadidura, se aproxima vertiginosamente el juicio del 1-O, en el que uno de los personajes más característicos de Vox, Ortega Smith, tiene la oportunidad de obtener una gran visibilidad al desempeñar como abogado la acusación particular contra quienes dieron aquel infausto golpe de mano, en tanto los acusados, previsiblemente, harán cuanto puedan para desacreditar también el régimen del 78. Y mientras tanto, la ‘operación Errejón’, que sólo es inteligible si se ponderan exclusivamente los elementos municipales del caso, puede sin embargo suponer la crisis definitiva de Podemos, que ya se descompone en algunos territorios y que puede terminar hundiéndose del todo. Si ello ocurre, es poco probable que el PSOE pueda recoger a la totalidad de los descontentos de semejante deriva, por lo que todo indica que el three party tiene ante sí un porvenir pletórico, frente a una izquierda que habrá de sortear además el descrédito latinoamericano –el progresismo de ultramar se ha cubierto de estiércol— y que aquí dentro sigue sin resolver sus contradicciones internas y sin encontrar el modo de coordinarse para ofrecer a los electores una opción verosímil y esperanzada. No es difícil de entender que el espectáculo chavista, que muestra todas las ruindades de un régimen totalitario que sin embargo mereció elogios y parabienes desaforados de buena parte de la izquierda europea (empezando por Podemos), pasará una onerosa factura en términos de credibilidad a quienes cometieron aquella torpeza.

Lea también: ‘La clientela de Vox’

El bucle perverso del malestar

De lo anterior, podría deducirse la posibilidad de que hayamos entrado en un bucle sociopolítico perverso que podría terminar desestabilizando el sistema.

Si se cumplen las previsiones apuntadas, nos aguarda un giro hacia la derecha dura, aznarista, formada por las tres organizaciones que forman la mayoría de gobierno en Andalucía, a modo de ensayo general. Aunque Ciudadanos, por su procedencia sociológica y por su propia extracción social, constituya un referente de moderación, es evidente que la buena relación entre el PP y Vox forzará soluciones radicales conservadoras, que, como primera instancia, se plasmarán en una reforma a la baja del sistema fiscal.

Si prosperan estas tesis, cuando los servicios públicos muestran todavía graves cicatrices abiertas causadas por la crisis reciente, y cuando no se ha restañado aún el brutal incremento de la desigualdad que ha proletarizado a gran parte de la antigua clase media, una nueva disminución del gasto público se saldaría con un incremento del malestar general, al cual sólo escaparían las pequeñas elites que se benefician de la situación. En otras palabras, el endurecimiento de las políticas neoliberales favorecerá el incremento del populismo, el crecimiento de las opciones antisistema… cuya sobreabundancia impedirá la estabilización del modelo mediante el retorno a una alternancia pacífica y creativa.

Por decirlo en otros términos quizá más inteligibles, las consecuencias de la crisis en España han generado unas altas tasas de desigualdad que han reducido sensiblemente la igualdad de oportunidades en el origen que ha sido muy alta en la fase anterior a la etapa 2008-2014. El ascensor social está gravemente averiado y esta situación ha radicalizado al electorado, que ha puesto fin al bipartidismo, incapaz de evitar lo sucedido, y ha engendrado un nuevo sistema de partidos que cuestiona seriamente el modelo constitucional por ambos extremos.

En este marco, el clásico dilema derecha-izquierda, que se manifestaba en forma discretas subidas y bajadas de impuestos al ritmo de la alternancia, se ha pervertido, ya que si no se actúa en el sentido de reconstruir y estabilizar el estado de bienestar, el electorado se planteará cada vez con mayor énfasis un cambio de modelo. Esto es lo que ha sucedido en Italia, sin ir más lejos, donde los partidos populistas han terminado reemplazando a los partidos democráticos tradicionales. Hace pocas horas, Italia reconocía oficialmente que se encuentra en recesión al haber experimentado un crecimiento negativo durante dos trimestres consecutivos. Este es el panorama que nos aguarda si no se rectifica a tiempo.

Antonio Papell
Director de Analytiks

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