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¿Podría desaparecer el PP?

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El sistema bipartidista que ha imperado de facto desde principios de los ochenta hasta finales de la legislatura 2011-2015 en que el Partido Popular gobernó con mayoría absoluta protegió de sí mismas a las dos grandes organizaciones: la distancia entre ambas era tan notoria que los trasvases tenían que ser por fuerza limitados.  Las alternancias se producían, sí, pero el derrotado se mantenía prácticamente indemne. Cuando González, después de 14 años de gobierno y de un desgaste muy intenso en la última etapa, se vio obligado a entregar el testigo a Aznar en 1996, lo hizo por menos de 300.000 votos: el PP ganó con el 38,79 % de los votos, frente al 37,63 % del PSOE.

Ahora, como acaba de diagnosticar el CIS, el PP se encuentra en una situación preagónica, con un desgaste que sin duda supera el del PSOE en 1996. La corrupción del partido del gobierno en los últimos años ha sido más estructural, intensa y general que entonces, y en determinados ámbitos, como el de la comunidad de Madrid, ha alcanzado una generalidad exorbitante, desoladora, que se ha intercalado con prácticas mafiosas. A la imputación por gravísimas corruptelas de Ignacio  González y de Francisco Granados, ha habido que sumar la investigación también de Ruiz Gallardón. No parece que quepa duda de que las marrullerías del tamayazo guardan alguna relación con la época disoluta de Cifuentes, en que los másteres se prodigaban obsequiosamente y las venganzas de salón han llegado a destruir a los adversarios.

Con una particularidad: ahora, la opción alternativa que se ofrece a los electores del PP ya no es el PSOE, como antaño, sino Ciudadanos. Y, como ha dicho atinadamente el periodista Rubén Amón, para los votantes del PP “Ciudadanos representa una opción natural. Presupone un territorio conocido y hasta legitimado […] Votar a Ciudadanos no es ya un experimento. Ni una temeridad. Y no constriñe a los simpatizantes al esfuerzo emocional que implicaría entregarse al PSOE en la antigua lógica bipartidista o en los puntos de consenso socialdemócrata”.

La experiencia ya se ha cumplido en Cataluña, donde Ciudadanos se ha hecho con lo que el PP era y representaba en aquella comunidad (y más atinadamente ,ya que ha conseguido un resultado que jamás logró la derecha españolista en la región). Y no sería nada extraño que también se cumpliera en Madrid ese sorpasso dentro de un año.

El PP tiene, además, un problema de banquillo, que es común últimamente a la mayoría de las organizaciones políticas. Los nombres que se mencionan para las futuras candidaturas madrileñas están en otras cosas –Sáenz de Santamaría, Casado- lo que recuerda aquel designio de desvestir a un santo para vestir a otro. Y es que no hay personas de reemplazo: hemos desacreditado tanto al político –con la corrupción sistémica, sobre todo— y hemos hecho tanta demagogia con los salarios públicos que hoy es un auténtico milagro que un joven sienta inclinación hacia la política, sobre todo si por sus cualidades tiene la posibilidad de un futuro profesional distinto y prometedor.

Así las cosas, el único engrudo que hoy cohesiona al PP y le da la entidad política que todavía tiene es el propio Rajoy… quien, por talante y por historia, no aceptaría –ni tendría sentido que lo hiciera— pasar a la oposición en una nueva y esta vez incierta travesía del desierto. De donde se desprende que si las tendencias electorales actuales se mantienen y el PP se ve sobrepasado por Ciudadanos, su porvenir sería muy oscuro. Y el precedente de la UCD sobrevolaría de nuevo el panorama.

En los próximos meses, el gobierno de la nación deberá dar pasos decisivos en Cataluña, con trascendencia en todo el Estado, y el PP se verá zarandeado por las sentencias judiciales de los procesos por corrupción en curso (Gürtel, Púnica, Lezo…). Habrá que ver cómo la formación que ha sido referente del centro-derecha tras la UCD resuelve sus dudas y vacilaciones en la tarea de sobrevivir al múltiple cataclismo. La desaparición casi súbita de aquel precedente fundado por Adolfo Suárez lanza malos presagios.

De momento, Ciudadanos, que ha secundado a los partidos clásicos en la respuesta al soberanismo catalán, acaba de dar un paso arriesgado al romper el vínculo incondicional con el PP y supeditarlo a la firmeza de la política del gobierno en Cataluña (el motivo de irritación ha sido el hecho de que el Ejecutivo no ha recurrido la delegación del voto de Puigdemont y Comin)

Este salto cualitativo en la estrategia de C’s, con diferencia la primera fuerza constitucionalista en Cataluña, podría tener verdadero valor en la práctica si, como parece, está realmente en marcha estrategia maquiavélica del independentismo que consistiría en formar ahora un gobierno títere en la Generalitat para que disuelva la Cámara catalana poco después de que se celebre el macrojuicio contra el 1-O en el Supremo, de forma que la más que probable condena judicial reciba casi simultáneamente el contrapunto de la exoneración del soberanismo en las urnas.

La sola posibilidad de que este proyecto esté en marcha –lo cual no sería extraño puesto que la iniciativa política está indiscutiblemente en manos del soberanismo- justificaría una aplicación más rigurosa, estricta e intensa del artículo 155, hasta llegar incluso a la suspensión de la autonomía durante un determinado plazo de tiempo, hasta que se haya desmantelado el ‘aparato revolucionario’. El reciente e inaceptable “homenaje” a Pujol, al que nadie ha respondido desde Madrid, sería otro eslabón de este proyecto, a cuyo término estaría también la exoneración ‘patriótica’ de los corruptos.

Quiere decirse, en fin, que si Rajoy no consigue enderezar políticamente la deriva catalana (que no se cierra, es obvio, con la simple investidura de un presidente limpio de la Generalitat), tomando el control real de la situación, y si no logra el apoyo claro que la Unión Europea –y en especial de Merkel, que tiene el destino de Puigdemont en sus manos-, la emergencia de Ciudadanos se acelerará. Una aceleración que podría ponerse de manifiesto en las elecciones municipales y autonómicas de 2019, en las que podría producirse ya una cierta desbandada de los segundos y terceros niveles políticos desde las filas del desahuciado PP a las del próspero partido naranja.

Antonio Papell
Director de Analytiks

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