Parecía imposible, pero Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se reúnen en Moncloa y son capaces de dialogar durante dos horas y media, sonreír y hasta con regalos de por medio. Otra cosa será que alguna vez puedan entenderse sobre lo que les separa, el proceso independentista y la consulta que demanda el president.
Rajoy explicó sus conocidas razones legales centrada en que “Sin ley no hay democracia” y el presidente calificó la situación con un lacónico “Nos separa un abismo”. Ahora, los vicepresidentes tratarán de llegar a acuerdos sobre cuestiones más asequibles. En concreto, ambos Gobiernos intercambiarán criterios sobre aspectos como la coordinación de la respuesta ante la crisis de los refugiados, el nuevo modelo de financiación autonómica, la distribución del déficit, las inversiones en infraestructuras y el pago de las cantidades pendientes a la Generalitat
Encuentro calificado de correcto y cordial, pero a la primera cuestión de fondo surge la discrepancia de ciento ochenta grados cuando Puigdemont entrega a Rajoy un documento en el que figura, como primer punto, la apertura de una negociación para celebrar un referéndum vinculante sobre la independencia de Cataluña. Respuesta del presidente en funciones: “No estoy de acuerdo” con esa consulta.
Rajoy insistió en su obligación es “cumplir y hacer cumplir la ley, mientras que Puigdemont, al ser preguntado sobre si el encuentro supone un paso, el president lo calificó de “pasito”.
La realidad es que la cita viene bien a ambos, para el líder catalán supone la oportunidad de reivindicarse al frente de un proceso que corre el riesgo de encallar si no se alimenta con nuevos gestos. A la vez, para el presidente del gobierno en funciones, la reunión representa la mejor forma de aparecer como un líder dialogante y, al mismo tiempo, seguro de su papel al frente del Estado. Los dos sabían que necesitan una cierta complicidad del otro para sus objetivos electorales. Ahora viene lo difícil, evitar un choque de trenes que, de momento, se ha aplazado.
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