Hay que estar muy distraído o haber perdido el sentido de la realidad para afirmar con el mayor desparpajo en Bruselas el jueves que su política de pactos gozaba del apoyo de los liberales europeos y del gobierno francés. Con una procacidad irresponsable, Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, había declarado textualmente: «Macron y el Gobierno francés, y hablamos con el Elíseo directamente, apoyan nuestros pactos. Nos han felicitado incluso, tanto en Andalucía como los acuerdos que estamos consiguiendo».
Como era previsible, la refutación no tardó en llegar y el Palacio del Elíseo negaba inmediatamente que el presidente francés, Emmanuel Macron, hubiese apoyado “ni en público ni en privado” los pactos de Ciudadanos en España. «Es una información errónea. El presidente no ha pronunciado esas palabras ni en privado ni en público», señaló una fuente del Elíseo a la agencia Efe para cortar de raíz la especulación… sin que al presidente de Francia le temblara el pulso al dejar en el más despiadado de los ridículos al personaje marrullero que presumía de poseer su respaldo a la hora de aliarse con la extrema derecha en España. Como si en Francia no estuviese meridianamente claro que los partidos democráticos no pactan con los ultraderechistas.
El ridículo es estrepitoso, de estos que acaban siendo inhabilitantes, tanto por la entidad de la metedura de pata cuanto por el maltrato propinado por un supuesto mentor que no está dispuesto a consentir que su pupilo le ponga en evidencia y decide mandarlo a freír espárragos. Y de hecho, empieza a haber rumores de que aquellos seguidores de Rivera que tienen otro medio de vida —como Garicano y su pupilo y portavoz económico del partido Toni Roldán— están meditando el abandono del barco naufragante para no contaminarse definitivamente ni con las nuevas amistades de Ciudadanos ni con la incomprensible estrategia adoptada por el líder, cuyo único norte es la detestación enfermiza, el odio africano, que profesa a Pedro Sánchez… con quien firmó en 2016 un pacto de gobierno que hubiera prosperado si Podemos no hubiera cometido uno de sus habituales errores históricos. Dicho de otra forma, si Pablo Iglesias tuviera dos dedos de frente, Rivera hubiera sido vicepresidente en un gobierno presidido por Pedro Sánchez.
Críticas a Ciudadanos
De momento, la estrategia de Albert Rivera, criticada con extrema dureza por el catedrático Francesc de Carreras en nombre de los sectores catalanes de centro-izquierda no nacionalistas que vieron con simpatía el surgimiento de Ciudadanos, ha consolidado inequívocamente al Partido Popular de Casado, algo que, además de complacer a los seguidores del partido de la maltrecha gaviota, nos encanta a quienes pensamos que sería bueno regresar a un bipartidismo imperfecto que facilitase de nuevo la gobernabilidad.
Pero es patente la sinrazón que Rivera está cometiendo desde el punto de vista de sus propios intereses: si ya fracasó en su intento de provocar el sorpasso y convertirse en líder de la derecha, el afianzamiento del nuevo PP hace de Casado el insustituible sucesor de Rajoy y le garantiza la continuidad. Y nada Pinta Rivera en este idílico panorama a medio plazo.
Pero, además, al consentir la formación real o virtual del tripartito allá donde consigue imponerse por mayoría absoluta, legitima a VOX, sin que sus exóticas afirmaciones de que en estos casos no pacta con la ultraderecha sino que apenas se deja querer a la hora de las votaciones tengan la menor verosimilitud (Macron ha sido, en efecto, perspicaz, y ha visto lo que hemos visto todos).
Ciudadanos enturbia todavía más su imagen con sus conexiones con VOX y afianza sólidamente al PP, convirtiendo sus derrotas en relativas victorias
C’s deteriora su imagen
En definitiva, Ciudadanos, que hace tiempo expulsó de su seno hacia al PSOE a la mayor parte de sus socialdemócratas y clientes progresistas al tiempo que se evidenciaba su giro a estribor, ahora enturbia todavía más su imagen con sus conexiones con VOX y afianza sólidamente al PP, convirtiendo sus derrotas en relativas victorias. Difícilmente se podían haber tomado unas decisiones más certeras si lo que se quería en Ciudadanos era desaparecer, arrollado por el imparable ascenso de sus vecinos.
En teoría, si el PSOE provocase ahora unas nuevas elecciones (y no se puede descartar que así sea), el batacazo de Ciudadanos sería de los de antología, por la deserción de los restos que aún le pueden quedar del centro izquierda y por el vuelco del centro derecha hacia el PP, que ya ostenta el liderazgo claro en su sector.
Después de todo lo dicho en los últimos meses, de todos los dicterios vertidos contra el PSOE y sobre Pedro Sánchez, no es imaginable que Albert Rivera claudique, se caiga del caballo y haga lo que le recomienda el sentido común, formar con el PSOE una mayoría de gobierno. Pero la realidad es que este sería el único medio de no desaparecer a corto plazo, de no avanzar hacia la más evidente y clara irrelevancia. Habrá que ver.
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