Cada partido es dueño de su destino, obviamente, siempre que acate sus obligaciones constitucionales y se organice democráticamente. Feijóo deberá, por tanto, definir cuando sea elegido sus líneas de avance, sus características, incluso el tono de su mandato, que de momento le convertirá en líder de la oposición. Pero sí es legítimo recordar algunos elementos de su papel institucional, que Casado no ha sido capaz de enarbolar y mantener.
En primer lugar, Feijóo tendrá que acomodarse al espíritu de la Carta Magna, que establece ciertos consensos para determinadas tareas. La provisión de las instituciones que emanan del Parlamento requiere mayorías cualificadas que el PP no siempre se ha venido a lograr. El Consejo General del Poder Judicial, que se formó cuando Rajoy disponía de mayoría absoluta lleva tres años caducado, ya que a Casado no le ha convenido pactar con el PSOE la preceptiva renovación. Es de esperar que el nuevo presidente del PP considere este asunto urgente y le dé preferencia.
Pero, además, es necesario regresar a un espíritu abierto en la institución parlamentaria, que se basa –es obvio- en la posibilidad de que el diálogo y el debate sean fecundos instrumentos para avanzar en pos del bien común. Si los representantes populares no consideran siquiera la posibilidad de que el adversario pueda tener razón, el sistema no tiene sentido. Y Casado incluso ha legado legitimidad a sus antagonistas. Feijóo, por talante y por madurez, puede ser la persona indicada para promover este cambio trascendental.
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