Desde hace tiempo, las encuestas aseguran la victoria por amplio margen de Angela Merkel en las legislativas del domingo, aunque sin suficiente apoyo para gobernar en solitario con mayoría absoluta. Se iniciará así la cuarta legislatura bajo la impronta de esta potente aunque gris política democristiana proveniente de la Alemania del Este, que creció a la sombra de Kohl antes de volar por su cuenta. En esta ocasión, la previsible victoria –que deja sin argumentos a quienes pretenden una limitación de mandatos en España, país que también posee un sistema parlamentario parecido al alemán— tiene una lógica contundente que no resulta difícil de comprender.
Por una parte, Alemania ha capeado bien el temporal de la crisis, y hasta podría decirse que gracias a su prudente y plano liderazgo ha conseguido que la Unión Europea saliera de ella sin grandes quebrantos estructurales (aunque sí con graves lesiones sociales en el Sur), con el euro reforzado tras la experiencia y un futuro relativamente pletórico a la vista. El brexit no puede ser directamente relacionado con la crisis pero tampoco es visto fuera del Reino Unido como una tragedia: antes al contrario, Bruselas y los sectores más europeístas de los 27 no pueden disimular su alborozo ante el hecho de que Londres deje de bloquear nuevas iniciativas integradoras.
Por otra parte, la moderación de Merkel en el centro derecha y, paradójicamente, el hecho de que su principal rival haya gobernado con ella en la legislatura que concluye deja con escasas posibilidades al partido socialdemócrata (SPD), que presenta al mejor candidato al que podría recurrir, ya que Martin Schulz puede acreditar muchos méritos europeos y además no ha participado en ese gobierno de coalición del que ahora debería responder ante los electores. Como se ha destacado, desde la crisis de 2008, el SPD y la CDU de Merkel han defendido la misma política económica, encaminada a hacer primar la estabilidad y a limitar la deuda a toda costa. El concepto ‘Schuldenbremse” –freno a la deuda— fue acuñado por Peter Steinbrück, el líder socialdemócrata ministro de Finanzas de Merkel. Difícilmente el SPD podría enunciar ahora una opción alternativa creíble, cuando lo lógico es que el electorado prefiera la oferta genuina, la de Merkel, a la de sus segundos en el pasado reciente.
Por último, el triste papel jugado por François Hollande en su país, que ha desembocado en la providencial elección de Macron –providencial porque el debate político estaba planteado entre radicales de izquierdas y de derechas, resuelto finalmente con la victoria del centro—. Hoy existe un amplio consenso, del que el BCE no se encuentra muy alejado, en el sentido de que la política de austeridad aplicada a instancias de Alemania ha retrasado la recuperación y ha causado un dolor innecesario a las sociedades meridionales de Europa. Sin embargo, Hollande, que podía haber sido el contrapunto de los esfuerzos centroeuropeos por embridar a los países sureños, considerados cuasi delincuentes por su temperamento supuestamente manirroto, fue incapaz de invocar siquiera a Keynes para hacer en materia de política económica lo que Draghi ha hecho en la política financiera. Ahora es Macron, un centrista liberal, quien está presionando sobre Merkel para dotar a la UE de un presupuesto, de un Ministerio de Finanzas y de un Mecanismo Europeo de Estabilidad que sea una especie de Fondo Monetario Europeo, lo que implicará a la larga la formación de un Tesoro comunitario y una mutualización de la deuda y del déficit, si los países periféricos convencen a Berlín de su disposición al rigor y a la disciplina.
La victoria de Merkel puede sin embargo orientarse de maneras distintas según cuál sea su socio de coalición: si los liberales FDP, ahora bajo el liderazgo eficaz del joven Christian Lindner, logran un resultado apreciable, se podría reconstruir la alianza clásica CDU-FDP, considerada muy conservadora, aunque sin embargo el nuevo líder del partido, Lindner, de apenas 38 años, no ha perdido de vista la maña experiencia de su partido, que en 2013 quedó fuera del Bundestag después de haber gobernado cuatro años con Merkel. En eta ocasión, los dos leitmotivs del FDP son la digitalización y la educación, es decir, los factores vinculados a la modernización de Alemania, y no entrará en el Ejecutivo socialcristiano sin garantías muy explícitas.
Es impensable que Merkel se alíe con la AfD, organización racista de extrema derecha, que obtendrá sin duda representación parlamentaria (podría ser la tercera fuerza), entre otras razones porque esta organización neonazi propone el procesamiento de la propia Merkel por su gestión humanitaria de la inmigración, que ha hecho posible el ingreso de más de un millón de extranjeros en el país en la última legislatura y le ha otorgado el respeto de los sectores progresistas. Tampoco sería fácil que la CDU/CSU pactase con los Verdes, hoy muy moderados pero alejados de las tesis de la canciller. Y, por supuesto, el radicalismo de la formación izquierdista Die Linke, que pretende que Alemania salga de la OTAN, hace imposible una coalición de izquierdas con el SPD y los Verdes, que además no tendría seguramente mayoría numérica suficiente
En resumidas cuentas, lo más probable es que se reitere la gran coalición saliente, lo cual será podrá agradar quizá al SPD pero sería una mala noticia para la izquierda moderada europea, que vería cómo el centro izquierda alemán seguiría sin tener ideas propias y sin alentar el germen de preocupación social que debe caracterizar a estos partidos frente a la derecha democrática. De hecho, esta coalición transversal está impidiendo una dialéctica creativa entre el centro derecha y le centro izquierda europeos.
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