“Si los hombres de negocios deseasen hacerse ricos con más ardor del que ponen en mantener pobres a los demás, el mundo pronto se convertiría en un paraíso”. Esta frase, sacada de la obra Elogio de la ociosidad, de Bertrand Russell, define los planes de Donald Trump respecto a China. El presidente estadounidense desea por todos los medios debilitar al gobierno chino, a pesar de que pueda perjudicar a sus ciudadanos. La guerra continúa y, como toda contienda, tendrá efectos colaterales.
A menos de dos meses de las legislativas, la Oficina de Comercio Exterior ha formalizado la entrada en vigor de un arancel del 10 % a una lista de casi 6.000 productos procedentes de China, valorados en 200.000 millones de dólares (el porcentaje se elevará hasta el 25 % el 1 de enero de 2019 si el país asiático no cede a las presiones de Trump). De este modo, y teniendo en cuenta los impuestos que ya han sido aplicados, las sanciones afectan a cerca de la mitad de las importaciones anuales del gigante asiático. Además, es muy probable que el presidente estadounidense no se quede ahí y cubra con impuestos a todas las importaciones.
China también juega sus cartas
Los mandatarios chinos aplicarán aranceles a bienes estadounidenses por valor de 60.000 millones de euros como “contramedida para salvaguardar sus intereses legítimos” a la vez que esperan que EE. UU. rectifique a tiempo y se dé cuenta de las dañinas consecuencias de esta medida. Entre los productos que se verán gravados se encuentra el gas natural licuado, que, precisamente, se produce en los estados que más apoyan a Donald Trump, según la BBC.
¿Qué pretende Trump? Algo muy sencillo: ganarse a los suyos mostrándose como el quijote liberal que salvaguarda sus intereses frente a China. La teoría del presidente es que, después de los aranceles, los productos fabricados en EE. UU. sean más baratos que los importados de China, de modo que los consumidores opten por el producto autóctono. Así, se creará empleo y crecerán las empresas locales.
Pero esta es la teoría. En la práctica, puede perjudicar a parte del tejido empresarial estadounidense. Según la BBC, agricultores, fabricantes, empresarios de redes minoristas y otros grupos de distintas industrias han formado una coalición para oponerse a los aranceles, refiriéndose a ellos como “impuestos sobre las familias estadounidenses”. Aseguran que estos nuevos impuestos ya han resultado en despidos y que, además, esta escalada continuará exprimiendo a las empresas del país que tienen que comprar sus insumos en China para confeccionar sus bienes.
Trump es un negociador nato. Se mueve como pez en el agua en estos conflictos creados por él mismo. Queda por ver hasta cuándo se estira esta guerra. De momento, las negociaciones por mejorar la situación se han quedado heladas. El asesor económico de Trump, Larry Kudlow, asegura que están “listos para negociar y hablar con China en cuanto ellos estén listos para negociar seria y sustantivamente”. ¿Quién cederá primero?
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