Egipto celebrará unas elecciones presidenciales en marzo de este año. El mariscal Abdelfatá Al Sisi, al frente del Gobierno desde el golpe de Estado por el que derrocó al primer presidente elegido democráticamente, Mohamed Mursi, acudirá previsiblemente a las urnas para arrasar –tal y como ocurrió en 2014, cuando obtuvo el 97 % de los votos–. Sin embargo, en esta dictadura militar luce con fuerza la imagen de Khaled Ali, un activista y abogado de corte progresista, cuya presencia en los comicios dependerá, en última instancia, de los tribunales egipcios.
Al Sisi aún no se ha pronunciado sobre su presencia en las elecciones generales, pero prácticamente todos los analistas lo dan por hecho, como también aseguran su victoria. Ruth Michaelson, corresponsal en El Cairo de The Guardian – eldiario, asegura que solo han mostrado sus aspiraciones presidenciales cuatro candidatos, pero solo uno, Al Sisi, podrá competir sin problemas. Además del propio presidente, también ha mostrado su intención de presentarse un coronel del Ejército, Ahmed Konsowa, pero una corte militar le sentenció en diciembre a seis años de cárcel bajo el cargo de “difundir opiniones vulnerando el régimen militar”. Uno menos.
Otro que anunció su intención de presentarse a estos comicios fue el ex primer ministro de la era Hosni Mubarak, Ahmed Shafik. Este militar retirado fue deportado de Emiratos Árabes Unidos tras anunciar su intención de hacer frente a Al Sisi, y a su vuelta a Egipto le mantuvieron incomunicado durante 24 horas (hecho que él, a través de su abogada, ha negado). Shafik, de hecho, anunció en su cuenta de Twitter que tiraba la toalla: “He visto que no soy la persona ideal para dirigir al Estado durante la próxima etapa. Por consiguiente, he decidido no postularme para los comicios presidenciales de 2018”. Dos menos.
Con Konsowa y Shafik fuera de juego, el único rival que podría plantar cara a Al Sisi es Khaled Ali, un abogado que se labró un nombre trabajando por los derechos laborales y que conoce de primera mano a la clase obrera. En sus años de estudiante, trabajó durante los veranos en diferentes granjas, más tarde lo hizo en una fábrica de galletas y en una cafetería llamada Sphinx. Ali, que ya se presentó a los comicios de 2012, lideró una incesante batalla legal para evitar la cesión a Arabia Saudí de dos islas, Tirán y Sanafir, sitas en el mar Rojo. Esta cesión se vio como una muestra de sumisión hacia la monarquía saudí, que ha gastado importantes sumas de dinero para evitar la bancarrota de Egipto.
Ali, con un programa con algunas propuestas sociales como un seguro médico y un salario mínimo, se ha convertido en el principal enemigo del régimen que encarna el general Al Sisi, por lo que ha sido objeto de amenazas e intimidaciones desde el primer minuto. Cuando anunció su candidatura, la policía llevó a cabo una redada en la imprenta donde se fabricaban los folletos de su campaña electoral, aunque más tarde lo negaron.
Si finalmente Ali llega a hacer frente a Al Sisi, el camino no será fácil, ya que su participación depende de los tribunales. En septiembre del año pasado fue condenado a tres meses de cárcel por hacer, presuntamente, una peineta al Gobierno –“violación de la decencia pública”–, tras un veredicto provisional a su favor en el caso de las islas del mar Rojo, algo que él niega y sostiene que es un invento de la Fiscalía, según escribe Ricard González en El País.
“Esto es una clara señal de que las autoridades egipcias están decididas a eliminar a cualquier rival que pueda obstaculizar la victoria del presidente Al Sisi en las próximas elecciones. También ilustra la implacable determinación del Gobierno de aplastar a los disidentes para consolidar su poder”, denunció Amnistía Internacional.
Abdelfatah Al Sisi, que fue jefe de las Fuerzas Armadas, llegó al poder tras la asonada castrense con apoyo popular en 2013 y, al año siguiente, obtuvo un respaldo del 97 % en las elecciones, aunque apenas logró superar el 40 % de la participación. El país no ha mejorado económicamente y la represión y la falta de libertades caminan a sus anchas por las calles del país. El Gobierno persigue a los disidentes, cierra librerías y páginas webs, ha acabado con la independencia judicial y no quiere saber nada de las 4.000 desapariciones denunciadas en los últimos cuatro años. Este es el Egipto de Al Sisi. Y, si nada ni nadie lo remedia, así seguirá siendo, al menos durante otro mandato.
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