Nigeria, el país más poblado de África –90 millones de habitantes en la actualidad, población que, previsiblemente, se duplicará de aquí a 2050–, es también una región en la que conviven más de 250 grupos étnicos. Los choques entre las diferentes culturas son el caldo de cultivo perfecto para el nacimiento de movimientos insurgentes. En 2002, en el estado de Borno y en la capital, Maiduguri, se gestó el que es, a día de hoy, el grupo yihadista más violento: Boko Haram. Cinco años más tarde, tras el asesinato del primer líder de la organización, Mohamed Yusuf, tomó el mando Abu Bakr Shekau, con quien se reorganizó el grupo y se inauguró un nuevo periodo marcado por la violencia extrema.
A pesar de los esfuerzos de la Fuerza Multinacional Mixta (coalición militar formada por Camerún, Chad, Níger y Nigeria), y de Benín (en una proporción más modesta), y de las tensiones internas de Boko Haram, desde 2009 han muerto en Nigeria y países vecinos más de 20.000 personas y más de 2,6 millones han abandonado sus hogares. A estas cifras hay que añadir que unos tres millones de niños han perdido la escolarización, que 611 profesores han sido asesinados y que 1.200 centros educativos han sido destruidos. Acabar con una educación que consideran occidental es una prioridad para Boko Haram.
El número de niños empleados para cometer atentados suicidas en la región del Lago Chad ha aumentado drásticamente en 2017. En el primer trimestre, según ha denunciado el Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF), se han utilizado un total de 27 niños para cometer atentados. En el mismo periodo del año anterior se utilizaron nueve. El informe, publicado tres años después del secuestro de más de 200 niñas en una escuela secundaria en Chibok, ve con preocupación que, como consecuencia de la utilización de menores, se ve con un creciente temor a niñas y niños que están en mercados o puestos de control, ya que se piensa que pueden llevar explosivos.
[pullquote]En 2017 se han utilizado 27 niños para cometer atentados[/pullquote]
En la actualidad, el activismo de Boko Haram ha remitido, gracias al efecto combinado de la presión contra el grupo dentro y fuera de Nigeria. A finales de 2016 abundaban las noticias positivas en términos de conquista de posiciones del grupo e incluso de rendiciones de sus miembros. “Meses antes, en octubre y noviembre, se había hablado incluso de la rendición de centenares de miembros de Boko Haram a las fuerzas chadianas; a finales de diciembre se rendían decenas de terroristas en Níger, el Ejéricto nigeriano tomaba el principal campo de Boko Haram en su feudo nigeriano y se anunciaba el restablecimiento de las comunicaciones terrestres entre Maiduguri, Damasak y Baga, tres localidades hasta poco antes ocupadas por los terroristas”, señala Carlos Echevarría, profesor de Relaciones Internacionales de la UNED, en el documento Consecuencias de la enésima escisión de Boko Haram para el futuro del grupo terrorista (ver).
Hasta aquí las relativas buenas noticias. Los choques entre comunidades y etnias crean un escenario idóneo para que el grupo terrorista disemine su ideología y, con ella, su movilización y captación. En 2016 se produjo una escisión en el seno de Boko Haram que aupó al poder a Abu Mussab Al Barnawi, de 21 años, un hijo de Mohamed Yusuf. En agosto de 2016 se filtró la existencia de fuertes tensiones internas, pero el supuesto liderazgo de Al Barnawi fue puesto en duda por el propio Shekau. Aquí ya nos encontramos con que hay dos facciones que conviven en las entrañas de la organización terrorista, pero anteriormente se produjeron otras que produjeron el nacimiento de grupos como Mamman Nur, considerado como un aliado de Al Barnawi, pero no de Dáesh [recordemos que Shekau juró fidelidad a Estado Islámico en marzo de 2015]; Al Ansaru, que llevaba un tiempo casi desaparecido y cuyo máximo dirigente, Khalid al Barnawi, fue detenido con algunos de sus colaboradores en abril de 2016; el grupo Kogi, más marginal; y otros, según detalla el estudio.
Al Ansaru, liderada por Abu Usamatul Ansary, nació como escisión de Boko Haram, en 2012, por discrepancias con Shekaku y su excesiva crueldad contra los musulmanes, mismo motivo que llevó a Al Barnawi a alejarse del grupo y a concentrar sus ataques no en otros musulmanes, sino en las fuerzas nigerianas, sus aliados en la región del Lago Chad y los cristianos. “Así, a Al Barnawi se le han adjudicado ataques como el lanzado en junio de 2016 contra un puesto militar en Bosso (Níger), que se cobró la vida de 32 soldados, o el ejecutado en el mismo mes y también en Níger contra una prisión para liberar presos yihadistas (…) Volviendo a Nigeria, a los tres meses de haberse confirmado la escisión en el seno de Boko Haram, se produjeron duros enfrentamientos entre los fieles a Shekau y el Ejército, lo que cuestionaba el supuesto debilitamiento del grupo, y ello en unos momentos en los que el ministro de Defensa, el General de Brigada Mansur Dan.Ali, había afirmado que sus fuerzas habían erradicado casi el 95 % de los desafíos de seguridad en menos de un año”, explica Echeverría.
[pullquote]La violencia excesiva de Shekau genera discrepancias en el seno de Boko Haram[/pullquote]
A pesar de las escisiones y de los esfuerzos militares para frenarlos, Boko Haram mantiene una importante capacidad de combate, un número nada despreciable de miembros (estimados) y un activismo que sigue agudizando una terrible tragedia en términos humanitarios. Pero si por algo se ha caracterizado este grupo terrorista es por su capacidad de resiliencia. No importa los territorios que pierda, los afiliados que sean asesinados, ni nada: Boko Haram y sus escisiones siguen en pie. Sus ataques, aunque no se concentran en objetivos duros, continúan siendo letales. “Frente a la realidad ahora aparentemente superada de un certo control territorial, podemos decir que Boko Haram y sus escisiones se han dispersado y, a la vez, han multiplicado las bases desde las que operan con presencia tanto en Nigeria como en sus vecinos Camerún y Níger y, en menor medida, también en Chad (…). Hay que dar respuesta a muchos desafíos, riesgos y amenazas, y la resiliencia de los Estados implicados y de las poblaciones de los mismos tendrá que seguir compitiendo con la resiliencia que boko Haram ha demostrado tener en todos estos años. A pesar de sus divisiones internas, el yihadismo salafista sigue siendo una amenaza considerable”, culmina el texto.
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