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El nuevo Afganistán sigue soportando los problemas de siempre

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El nuevo Afganistán sigue soportando los problemas de siempre 1

Afganistán fue, durante años, el conflicto que centró la mayor parte de la atención internacional. La guerra afgana estuvo activa desde 2001 hasta 2014; a partir de aquí, salvo excepciones coincidentes generalmente con atentados de relevancia, los diarios y las cancillerías, aturdidos por la Primavera Árabe, mantuvieron en un segundo plano todo lo que sucedía en la república islámica. Sin embargo, la guerra aún no ha concluido; es más, se puede decir que en los últimos meses la situación en materia de seguridad se ha deteriorado.

En 2014, el escenario afgano resultante de la finalización de la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, por sus siglas en inglés) era, grosso modo, el siguiente: una insurgencia más débil que nunca y unas Fuerzas de Defensa y Seguridad Afganas (ANDSF) más numerosas, mejor entrenadas y equipadas de lo que nunca antes lo habían sido; por otra parte, el escenario político, tras el acuerdo alcanzado entre los principales rivales, Abdullah Abdullah y Ashraf Ghani, era positivo e incluso estable. Sin embargo, a pesar del optimismo generalizado, la situación comenzó a deteriorarse.

En el documento (ver) La degradación de la situación en Afganistán, del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), Francisco J. Berenguer Hernández desgrana la situación del país árabe en varios puntos. En cuanto a su situación económica, el coronel resalta las contradicciones entre las cifras oficiales y las reales: “Situado en la posición 171ª en el listado de la riqueza nacional, se le estima, sin embargo, un ingreso anual de 200.000 millones de dólares procedentes del narcotráfico [hagamos un inciso: la ficha país que elabora el Ministerio de Asuntos Exteriores de España no duda en señalar al opio como una de sus principales exportaciones (ver)]. Este ingreso per cápita situaría a los afganos en un nivel de renta similar al de otras naciones ubicadas bastante más arriba del citado listado, pero este cálculo no se corresponde con la realidad. Esta se sitúa en la evolución del país hacia un narcoestado, con los ingresos generados por esta actividad ilegal en manos de un grupo relativamente reducido de individuos, sin que la población experimente sustanciales mejoras en su nivel de vida”.

[pullquote]Afganistán ingresa, al año, 200.000 dólares por el narcotráfico[/pullquote]

Las donaciones internacionales, encabezadas por la Unión Europea, sirven de freno para el deterioro del país, cuyo camino hacia la insuficiencia económica sigue quedando lejos. La inseguridad que aún vive el país impide la puesta en marcha a gran escala de inversiones extranjeras necesarias para la explotación de los recursos naturales del país, principalmente minerales, aunque también frutos secos, lana y algodón. Otro factor que bloque parte de las posibles mejoras económicas es la propia rivalidad política. El actual Gobierno de unidad nacional es un acuerdo de mínimos, donde las dos facciones se han repartido los cargos y airean con frecuencia sus diferencias.

En el plano de la seguridad, las mejoras experimentadas por las Fuerzas Armadas de Afganistán se evaporaron y dejaron al aire las carencias. Esto impidió que EE. UU. finalizase sus planes de reducir aún más su presencia militar. En total, son cerca de 12.000 hombres los que forman un contingente que apoya a las ANSDF, de los que unos 9.000 son estadounidenses, una cifra muy superior a la que barajaba la Administración Obama para estas fechas.

Los talibanes, apeados del poder en noviembre de 2001, han lanzado su campaña insurgente para esta primavera. Bautizada en honor a su líder abatido en 2016, Akhtar Mansur, la Operación Mansouri tiene el mismo objetivo de siempre: expulsar a las tropas extranjeras del país, aunque en esta ocasión también incluyen a objetivos políticos que aumenten su legitimidad entre la población afgana. “una población que, al igual que sucedió en los años 90, a veces prefiere el orden y la ley impuesta por los yihadistas en las zonas bajo su control que la anarquía, el caos y la corrupción reinantes en las zonas controladas por el Gobierno”, señala Hernández. En cualquier caso, el objetivo principal de los talibanes parece ser las fuerzas OTAN y estadounidenses en lugar de las ANDSF, ya que están convencidos de que solo el soporte y la ayuda de estas tropas son las que evitan el hundimiento de unas fuerzas afganas continuamente minadas por la deserción y la corrupción.

La gravedad de la situación comienza a notarse. El pasado 21 de abril, los talibanes realizaron un fortísimo ataque contra la mayor base militar en el norte de Afganistán, aniquilando a más de 250 soldados afganos. La matanza se cobró la dimisión del ministro de Defensa, Abdullah Habibi, y del jefe de Estado Mayor, general Qadam Shah Shahim. Con este panorama las autoridades recibieron al nuevo secretario de Defensa de EE. UU., James Mattis, quien mostró al Gobierno su decisión de mejorar la situación y desarrollar una nueva estrategia para invertir la tendencia, “que ya ha colocado aproximadamente al 50 % del país bajo control talibán, con presencia de fuerzas insurgentes en prácticamente todas las provincias”, apunta Hernández.

Por último, la presencia de Estado Islámico en Afganistán. Este grupo yihadista, al hilo de las importantes ganancias territoriales obtenidas en Irak y Siria, articularon una facción denominada Estado Islámico en Jorasán, cuyos miembros proceden principalmente del grupo paquistaní Tehrik-e-Taliban. “Enmarcados en la oleada de éxito de Dáesh en 2014, los terroristas han pretendido involucrar al movimiento insurgente afgano en la yihad global que han pretendido capitalizar y protagonizar desde entonces. Sin embargo, sus lazos operativos con la dirección de EI han sido siempre más débiles que los de otras franquicias regionales de EI”, escribe el autor del texto del IEEE.

[pullquote]La presencia de Dáesh en Afganistán no es todo lo relevante que les gustaría[/pullquote]

Estado Islámico en Jorasán, que ha luchado tanto contra las fuerzas antiterroristas presentes en Afganistán como contra las ANDSF y la propia insurgencia local, no ha conseguido esparcirse por todo el territorio afgano; de hecho, su presencia relevante –lo que no impide que hayan perpetrado ataques importantes– se ha reducido a algunas áreas dispersas del país, como Nangarhar y Helmand, una circunstancia que ha permitido a los talibanes hacerles frente con cierta facilidad. Ante este panorama, Francisco Berenguer confiesa que es poco factible que Dáesh triunfe en Afganistán, “más que por la acción antiterrorista o la presencia de las ANDSF, porque su espacio está cubierto de forma hegemónica por el movimiento talibán. Y de esta decadencia es buena prueba que parte de esos escasos miles de combatientes con los que ha llegado a contar en Afganistán estén abandonando sus filas para integrarse en otros grupos yihadistas, como los propios talibanes, Al Qaeda o la Red Haqqani”.

Afganistán, a pesar de los esfuerzos realizados, evoluciona lentamente hacia sus parámetros habituales. La república islámica va a continuar siendo un problema relevante para la comunidad internacional, por lo que el papel de Occidente, mediante donaciones económicas y apoyo al Gobierno y a las ANDSF va a seguir siendo necesario. “De cualquier modo (…), cabe preguntarse si un proceso tutelado de reconciliación nacional, con la aceptación de la presencia de buen parte de la insurgencia reconvertida a la arena política, no es una opción más realista y plausible que el apostar exclusivamente por las facciones actualmente en el poder y que parecen ser incapaces de hacerse con el control de su propio territorio, sociedad y economía”, concluye el experto.

analytiks

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