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Fútbol y teatro: La mano de Dios

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Fútbol y teatro: La mano de Dios 7“Todas las desgracias le vienen a la gente por no saber quedarse en casa”. Eso dice Carlos, personaje de la obra de teatro La ventana de Chygrynskiy, escrita por el español José Ramón Fernández y estrenada en 2011 (en la que un personaje sueña que era la chapa del ex barcelonista Migueli, sic), que yo leo en el libro La mano de Dios: fútbol y teatro, prologado para Punto de Vista editores por el dramaturgo español Premio Nacional de Teatro en 1994 Guillermo Heras (encargado asimismo de seleccionar las obras que lo componen) y publicado este año 2022.

En ese prólogo, Heras nos vuelve a reproducir las famosas palabras de Albert Camus en las que decía aquello de que “después de muchos años en los que el mundo me ha permitido tener muchas experiencias lo que sé con más certeza respecto a la moralidad de las obligaciones se lo debo al fútbol”. También, por el contrario, nos trae la afamada manía que Jorge Luis Borges le tenía al fútbol, del cual dijo que “es popular porque la estupidez es popular”. Y poemas de Neruda (tengo una foto de ese poema, sic), de Miguel Hernández, de Vicente Zito Lema… De J. B. Priestley nos hace leer aquella frase suya… “Decir que pagaron para ver a 22 mercenarios dar patadas a un balón es como decir que un violín es madera y tripa, y Hamlet, papel y tinta”. Y de un autor mucho más reciente, Eduardo Sacheri, otro de esos encendidos elogios que los literatos (a menudo esos exagerados consentidos) les dedican a las cosas que aman: “el fútbol es un escenario o un telón de fondo de las cosas esenciales que señalan y definen todas las vidas”. Hay más citas, más escritos de intelectuales, poetas, dramaturgos, novelistas… dedicados al gran espectáculo deportivo que es el fútbol.

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Guillermo Heras conecta con el sentido del libro que está prolongando cuando le da voz al dramaturgo, actor y director de escena argentino Claudio Tolcachir, que en alguna ocasión dijo que “el teatro nos funciona como el fútbol si está vivo, si está sudado o si hay peligro”. Al leer las obras que componen el volumen entendí en su pleno significado esa frase. No todas ellas funcionan como el fútbol.

“Hasta los años 80 [del siglo pasado], en relación con otras temáticas, el fútbol no había sido asumido por la dramaturgia de un modo tan general como otras preocupaciones; desde entonces, y solo en el área Iberoamericana, han ido surgiendo múltiples textos dramáticos con el fútbol como telón de fondo”.

Heras, para quien “fiesta y juego son dos conceptos que se unen muy bien con las prácticas del fútbol y del teatro”, menciona muchísimas obras teatrales que desde el año 1955, pero especialmente desde tiempos más recientes, han tenido al fútbol como parte fundamental del sentido de su texto: algunas de ellas componen el volumen del que estoy hablando.

“Lo que tengo claro y siempre me ha molestado de ciertos jugadores son los excesos que realizan cuando reciben una entrada; inmediatamente los comentaristas y parte de los espectadores los acusan de hacer teatro. En todo caso sería mal teatro y, por tanto, ellos serían actores prescindibles. Semejante irritación me produce unas acusaciones entre políticos de estar haciendo teatro. No, lo que ellos hacen es mentir sabiendo que lo están haciendo por puro tactismo. No confundamos esas mentiras con lo que hace un actor practicando su oficio: representar un personaje que es otro pero a través de su organicidad personal. Nada de orgánico hay en los histrionismos de jugadores y políticos fingiendo descaradamente desde su profesión.”

El prólogo de Guillermo Heras se cierra con unas muy pertinentes palabras del escritor mexicano Juan Villoro:

“Stanislavski dijo que el teatro es un laboratorio de pasiones, lo mismo podríamos decir del fútbol. Pirandello señaló que el teatro era una metáfora del delirio. Y también podríamos decir eso de este deporte, especialmente en los partidos absolutamente inolvidables”.

Al comienzo de su obra Fair play, por su parte, el dramaturgo español Antonio Rojano escribe:

“Dios dijo: haya luz. Y hubo luz. Y Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas. Luego dijo Dios: haya fútbol. Y Dios creó a los futbolistas y a la pelota”.

Dios, fútbol y teatro. Fair play quizás sea la obra teatral más futbolera de cuantas integran este libro. Junto a la excelente El estadio de arena, del argentino Patricio Abadi; Patadas, del español Antonio Álamo, y la extrañísima El corazón del insecto, del mexicano David Gaitán. Me refiero a que, en ellas, en las mencionadas, el fútbol es la línea medular, aunque, en el caso de la obra de Abadi, sea otra la historia esencial que se nos cuenta dramatúrgicamente. Son, precisamente, no sólo las que me han atraído a mí —que llegué a La mano de Dios por mi interés futbolístico, no por mi (escaso, casi inexistente) gusto por el teatro, escrito o escenificado—, sino las que más me han seducido. Aunque si no la mejor sí la más divertida es una que se desarrolla en un vestuario durante un partido de fútbol, la simpar El gato de Schrödinger, del uruguayo Santiago Sanguinetti, en la que alguien que ha conocido la teoría cuántica viendo vídeos en YouTube dice que “es más fácil explicarla con gatos” (cuando intenta hacerse entender usando a personas). “¡Me cago en la ciencia!”, exclama otro personaje. “Yo tengo un trastorno de ansiedad, Milton. Todos tenemos un trastorno de ansiedad, Néstor, eso no es excusa”, le suelta el entrenador (director técnico) a uno de sus jugadores en esta hilarante obra de teatro en la que el fútbol es nuevamente una excusa para establecer relaciones personales deformes, humanas… En ella, un dirigente de club dice:

“¡Qué deporte! (Pausa). El fútbol. (Pausa). ¿Eh?”

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En Patadas, la pieza de Álamo de 2009 (en la que el protagonista es un portero de fútbol que “hace un poco de teatro” que “resulta un teatro excesivo”), destacan sobremanera sus tres espléndidos primeros párrafos, que sirven para situarnos en ella:

“El escenario representa el área de meta de un campo de fútbol, con su portería de 7,32 m de largo por 2,44 m de altura. Los potentes reflectores alumbran el mar césped, que resplandece.

Durante la función, Josu Martínez corre a derecha e izquierda, adelante o atrás, grita a sus defensas, amenaza a los delanteros, se mueve buscando la pelota invisible, o de pronto se queda quieto, pero sin dejar de vigilar el universo. Su comportamiento es errático, como el de un psicótico a punto de padecer un delirio. No pierde de vista la pelota. Siempre vigilante. O sea, un guardameta.

Le rodea la multitud, vociferante o silenciosa. Tampoco el comportamiento de esta es muy tranquilizador: se suceden olas de amor y olas de odio. Cuando la pelota está cerca de la portería, los gritos son ensordecedores; sin embargo, en ocasiones el público guarda un silencio absoluto, casi sobrehumano, hasta que poco a poco de forma totalmente inesperada cobran fuerza el murmullo y los gritos, los tambores y los cánticos, los pitidos y los insultos”.

Josu, el portero de Patadas, considera que, “como todas las artes, el fútbol consiste en esperar, en no hacer nada aparentemente durante la mayor parte del tiempo y hacerlo todo en un instante”. También que, “como en todos los oficios, en el fútbol hay una ética que consiste en aparentar que hay ética; como en todos los oficios, existe el secreto profesional y los trapos sucios no se heredan, o sea, ética, ética, ética…”

“El fútbol son patadas. patadas y azar. patadas y escupitajos. […]
Ninguna estrategia vence a la furia y al azar”.

El presente es el juego… y el futuro es ganar.

“La humanidad se divide en dos: los que quieren meter goles y los que quieren pararlos”.

La ya mencionada Fair play, de la que ya se ha dicho que quizás sea la más futbolística de las obras del libro (reflexiono ahora más detenidamente y creo que la más futbolística es Patadas; bueno, eso da un poco igual), también es tal vez la más tópica, aunque he de reconocer que las evidencias y los sitios comunes hay que saber utilizarlos. Y su autor, Rojano, sabe. También sabe escribir poéticamente: un gol de la obra se consigue mientras “la pelota viajaba como si la llevara un ángel en las manos”. Dios, otra vez Dios cerca. ¿Para los futbolistas la vida es como un juego? Fiesta y juego.

Los otros textos teatrales de La mano de Dios… (donde por cierto no se nos informa del año de publicación o estreno de casi ninguna de las piezas que contiene) son la inconcebible (es un decir) Fuera de juego (2010), del español Sergi Belbel; Pezones mariposa, del argentino Bernardo Cappa (donde le podemos leer a Lionel, el protagonista, decir que “en el Chaco, en el medio del campo, vacíos los arcos, cuando pateábamos fuerte la pelota se iba lejos, cuando la íbamos a buscar era como traerla de otro lado: el gol era como romper algo, algo invisible”); el hermoso poema dramatizado que es puro amor, puro fútbol, puro amor al fútbol, puro amor al amor, del argentino Andrés Gallina titulado Los días de la fragilidad (2016), en el cual vemos el miedo de la futbolista que lo protagoniza “a no parecerse a Messi más que en sueños”, donde leemos preciosidades tal que estas: “como un perro que sólo tiene fe en su carne”, “frente a algunas cosas, la poesía no puede”; la brevísima e insatisfactoria El Crack, del español Juan Mayorga; y Eudy, de la española Itziar Pascual (aquí Eudy es Eudy Simelane, un personaje real, la futbolista internacional sudafricana que murió asesinada los 31 años, tras ser violada: otra obra en la que lo de menos es el fútbol).

¡Qué deporte, el fútbol, ¿eh?!

José Luis Ibáñez Salas
José Luis Ibáñez Salas es historiador, editor y escritor. Autor de 'El franquismo', 'La Transición', '¿Qué eres, España?', 'La Historia: el relato del pasado' y 'La música (pop) y nosotros', edita material didáctico en Santillana Educación y sus textos aparecen también en publicaciones digitales como 'Nueva Tribuna', 'Periodistas en Español', 'Aquí Madrid', 'Narrativa Breve' o 'Moon Magazine'. Su blog se llama Insurrección (joseluisibanezsalas.blogspot.com).

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