Un debate en televisión ejerce una influencia decisiva en una consulta electoral, en especial cuando el que se celebrará el próximo lunes, será el único que cuente con los 4 principales candidatos. Pero, al mismo tiempo, tal como muestran las encuestas, las posiciones parecen fijas, casi inamovibles desde las anteriores elecciones. Han pasado 6 meses y casi nada ha cambiado. Por tanto, la gran pregunta es: ¿habrá vuelco?
Haya o no vuelco, nadie sabe el efecto real porque nunca se ha celebrado un debate a cuatro, lo más aproximado fue el celebrado en la anterior campaña con asistencia de la vicepresidenta del Gobierno en lugar del candidato popular.
Los candidatos entran convencidos de la trascedente oportunidad que se abre en su estrategia, especialmente en un momento decisivo para sus respectivas carreras políticas. En consecuencia, prepararán a conciencia su intervención, pero otra cosa es que puedan prever las consecuencias al tener que confrontar dialécticamente a cuatro bandas.
Como siempre en televisión, se impondrá el que sea capaz de “pasar pantalla” o, incluso más importante, el que llegue al corazón de los ciudadanos. La televisión no es un medio natural, es la artificiosidad misma, hay un realizador que elige el encuadre o el plano, los ejercen una influencia variable según cada caso, las preguntas de los periodistas introducen un matiz que debe ser neutral, pero que es incontrolable, lo mismo que las interrupciones de los participantes.
En todo caso, lo más importante es la capacidad para demostrar solvencia y seguridad en las propias convicciones, también y, sobre todo, a través del lenguaje no verbal. Pero además es preciso encajar los ataques y los insultos; aunque, en todo caso, lo fundamental, es realizar propuestas valiosas para el conjunto de los ciudadanos y con la voluntad de diálogo con el resto.
En la última campaña electoral, un sondeo señaló que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ganó el debate decisivo del 7D, en el que ocupó el lugar de Mariano Rajoy. En aquella ocasión, la vicepresidenta quedó por delante de Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pedro Sánchez.
La televisión es un medio de masas, fundamentalmente dedicado al entretenimiento, una ventana a la que se asoman millones de personas, con sus sueños, sus problemas y sus anhelos; un medio que ofrece espectáculo e información, un ojo que todo lo ve y es visto y que se comporta de modo imprevisible por mucho que los gurús de la comunicación del medio crean ya saberlo todo.
La televisión, como medio caliente aporta mucha información al espectador sin que éste la requiera y sin que haga esfuerzo alguno para percibirla, ofreciendo tan solo una respuesta pasiva.
Pero, al mismo tiempo, el espectador que vive la política con alguna pasión espera aclarar sus ideas con este debate. Lo mismo que el elector que ya tiene su voto decidido y actúa como un ‘hooligan’ de su partido preferido, lo que busca en realidad es que su líder destroce a sus adversarios o, al menos, a uno de ellos.
Las posiciones de partida nos muetran a cuatro candidatos que no han sido capaces de ofrecer una solución de concordia similar a la hizo posible la Transición. Se muestran enrocados en demasiadas líneas rojas que hacen muy díficil el diálogo y la negociación.
Mientras el presidente en funciones, Mariano Rajoy, es un buen parlamentario cuyo sentido del humor no es entendido en televisión, el hasta ahora líder de la oposición, Pedro Sánchez, no ha encuentrado el mensaje para contrarrestar a los jóvenes recién llegados que, por un lado, representados por el partido de Pablo Iglesias, se atreven a disputarle incluso la marca de la socialdemocracia y, por otro, el líder de Ciudadanos, Albert Ribera, aún siendo capaz de firmar un pacto no ha dejado de involocrar en el acuerdo al PP, eso sí, sin su actual líder.
Iglesias y Ribera representan la novedad frente a un Rajoy incapaz de hacer valer sus ‘hazañas’ económicas en un esquema en el que Pedro Sánchez debería sacar ventaja al situarse en el centro mismo de la vida nacional. Es cierto que no se podrán afrontar grandes reformas, por ejemplo de la Constitución, porque si se abordan desde los partidos de izquierda, el PP lo impediría, pero también es cierto que no es posible una coalición dirigida por el PP sin contar con el PSOE.
Es decir, Pedro Sánchez tiene la llave, un concepto difícil de explicar en televisión, pero clave para salir de la parálisis actual. Por tanto, la estrategia es clara, los candidatos deben mostrar su perfil más dialogante si quieren ganar. Rajoy debería hacer gala de la osadía de la que suele carecer y ofrecer un gran pacto a sus 3 compañeros de plató el día 13, Sánchez debe aceptar el ofrecimiento del PP, no hacerlo ha sido su gran error en estos meses y el motivo del calvario que atraviesa. Por su parte, Iglesias debería mostrar su lado más amable y moderado y, a buen seguro que lo hará si de verdad es, como dicen, un mago de la comunicación. Finalmente, Ribera es quien lo tiene más difícil, es el más rápido en la respuesta y suele acertar, pero ya todo el mundo intuye que no tiene ni equipo ni ideas, su afán dialogante debe permitirle aceptar al propio Rajoy y también a Iglesias.
La televisión no hace milagros, pero puede ayudar a que en esta ocasión los líderes nos muestren su mejor imagen para compromoterse con el país. No se trata de ser el más mordaz en el insulto o el más corrosivo en la crítica. Es muy sencillo, se trata de encontrar una salida.
Con toda probabilidad, en este momento, los estrategas de campaña y asesores en telegenia trabajan para encontrar el mejor enfoque para que sus jefes den con la manera de descalificar a sus adversarios. Que no se esfuercen, aquí tienen la solución.
Si yo fuera Rajoy le diría al íder de Podemos: “señor Iglesias” o, mejor dicho “Pablo, tienes que creer en tu país, que es España, unida y sin sobresaltos”; al líder del PSOE: “Pedro, negarse a hablar con el PP no es una opción”. Este, por su parte, debería pedir a Rajoy y a Iglesias que reconozcan lo bueno que tiene que ambos estén, no solo en el debate, sino sobre todo en la confrontación de propuestas y modos de entender el país.
¿Qué debería hacer Iglesias? Esperemos que no traiga libros para todos, sería un gesto amigable pero ya está muy visto. Tampoco es previsible que vuelva con lo de “la cal viva”, ahora le interesa la moderación. Tampoco lo del CNI y la vicepresidencia. Tiene una gran ocasión para decir que cree en España, pero sus “confluencias” no se lo perdonarían. En consecuencia, ganará con los suyos pero no con la mayoría.
Y dirán ustedes, queridos lectores ¿qué pasa con Ribera? Pues ocurre que ha pasado de ser la gran esperanza blanca, el yerno que gustaría a todas las madres, a convertirse en una manera clamorosa de desperdiciar el llamado voto útil, no sirve al PP y menos a Mariano, no sirve a Pedro a pesar de llegar a un acuerdo con él y no sirve a Pablo, con quien tenía sintonía pero ahora saltan chispas cada que se ven.
Respondiendo a la pregunta del titular, ganará el debate quien sepa interpretar la imagen que ilustra el artículo, quien se anticipe al sentir de un país que busca decididamente crecer en democracia y libertar, garantizar la igualdad de oportunidades de las nuevas generaciones y competir en un mundo globalizado que requiere esfuerzo y sacrificio para garantizar el estado de bienestar y, sobre todo, preservar los valores que nos han permitido llegar hasta donde nos encontramos.
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