Un cambio profundo y sin precedentes en el horizonte político casi logra que nos olvidemos de Cataluña, pero la realidad es la que nos aguarda inexorable y el nuevo presidente de la independencia viene a recordarnos que más pronto que tarde dará el paso hacia lo que consideramos el precipicio, aunque a él no se lo parezca.
El gobierno en funciones ha hecho saber a Cataluña que el Estado no está en funciones y que se mantiene la estricta vigilancia jurídica sobre el ‘proceso’ catalán. De hecho, se han tomado medidas en relación a la creación a una consejería de Asuntos Exteriores y ante el inicio del proceso legislativo de algunas leyes de ‘desconexión’.
En este sentido, es cierto que la inestabilidad estatal no afecta a manejo del conflicto. Sin embargo, es claro que se ha perdido una gran oportunidad de dialogar abiertamente con el nuevo líder, toda vez que el talante de Puigdemont no parece ni mucho menos idéntico al de Mas y ya se han lanzado señales de voluntad de diálogo, desatendidas hasta ahora, desde el nuevo equipo de la Generalitat. En definitiva, no comprendería la situación real quien pensase que el tiempo no apremia en la cuestión catalana. Es el caso de Mariano Rajoy, por poner el ejemplo más evidente.
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