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Descarte de la ‘gran coalición’: PP y PSOE deben pactar la reforma constitucional para la gobernabilidad

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Gran coalición. Nuevas elecciones. Pedro Sánchez y Pablo Casado

Los resultados de las elecciones generales del pasado noviembre son endiablados porque confirman la diversificación de opciones y complican la gobernabilidad extraordinariamente. Por una parte, otorgan un elevado número de escaños a las fuerzas consideradas antisistema (52 escaños a Vox y 35 a Unidas Podemos), por más que UP haya virado ostensiblemente hacia el constitucionalismo (Iglesias ha pasado expresamente de considerar la Constitución como un corsé limitante a valorarla como un arma eficaz de los más desposeídos). Por otra parte, el partido bisagra, que había dejado de serlo para convertirse en una derecha bis, se ha hundido estrepitosamente desde los 57 diputados de abril a los 10 de noviembre. Por último, la fragmentación sin precedentes del espectro —16 candidaturas formadas por más de veinte partidos han conseguido representación— obliga a sumar elementos heterogéneos si se quiere superar el riguroso listón constitucional de la investidura, que obliga al candidato a obtener mayoría parlamentaria absoluta en primera votación y relativa en segunda.

Sin embargo, pese a la aglomeración de actores y a la indefinición ideológica de algunos regionalismos, los dos hemisferios quedan bastante bien identificados: a la izquierda están el PSOE y Unidas Podemos y a la derecha las tres organizaciones del tripartito, que ya gobiernan juntas en varias comunidades autónomas y muchos ayuntamientos. En el centro no hay nada y el resto de actores está en la periferia literal o intelectual, con la particularidad de que, en el caso del nacionalismo más radical, el elemento identitario predomina sobre el ideológico, como es usual en todas partes.

La derecha no suma y la izquierda sí

En la derecha, sin embargo, hay todavía movimientos pendientes e indefiniciones derivadas que habrá que aclarar con el tiempo. Ciudadanos ha fracasado a causa de la errática estrategia del que fue su líder, Albert Rivera, quien abandonó conscientemente el centro político para competir con  el PP por el dominio del hemisferio. Si los restos de aquella organización quedan en manos de la gente más cercana a Rivera, y todo indica que así será puesto que Arrimadas terminará imponiéndose, lo más probable es que C’s desaparezca por absorción del PP, que ha echado ya lógicamente las redes sobre los restos del naufragio.

En cuanto a VOX, una formación todavía sin definir del todo, que ha recibido parabienes de la extrema derecha francesa (aunque no ha aceptado compartir con ella grupo parlamentario en el PE), su enclavamiento definitivo es un asunto complejo que habrá que aclarar después de constatar sus puntos de vista programáticos y sus decisiones en la práctica. En todo caso, de su definitiva ubicación dependerán las políticas del PP (y de C’s, si sobrevive), ya que la derecha democrática tendrá que optar entre establecer o no un cordón sanitario frente a la extrema derecha si esta se comporta como tal, en términos inaceptables para un demócrata constitucionalista. De cualquier modo, no yerran quienes afirman que VOX es un hijo putativo del PP y quizá tampoco se equivoquen quienes presagian que ambos partidos acabarán fusionándose, regresando ambas formaciones al origen común.

De cualquier modo, con los resultados del 10N, el tripartito conservador que ha conseguido unas importantes cuotas de poder en comunidades autónomas y ayuntamientos no tendría modo de investir a un presidente (PP, Vox y Cs suman 151 escaños, sin posibilidad alguna de buscar cooperación en las formaciones nacionalistas). Frente a esta opción, PSOE y UP suman 155 escaños, y además pueden recabar una serie de apoyos vedados a los conservadores, en concreto los de los nacionalistas catalanes y vascos, Más País de Errejón, etc. La gran dificultad estriba, como es sabido, en que la investidura de Sánchez necesitará la abstención de ERC, que puede intentar vender demasiado cara su influencia y frustrar la operación. Porque es evidente que el PSOE, que está dispuesto a dialogar hasta el infinito con los nacionalistas, no dará sin embargo un solo paso fuera de los límites estrictos de la legalidad vigente, que no ampara, como es evidente, la llamada “vía unilateral”.

Las contraindicaciones de la gran coalición

Si falla la investidura de Sánchez, quien ya tiene desde el miércoles el mandato regio para presentar su opción a la investidura, la situación sería extraordinariamente compleja ya que unas nuevas elecciones —las terceras—, aunque no son extraordinarias en el ámbito de las democracias —en Israel van a celebrarse, sin ir más lejos—, irritaría a los ciudadanos y podría engendrar verdaderos monstruos (la primera repetición electoral ha impulsado impetuosamente a VOX).

ERC Gabriel RufiánEn todo caso, es evidente que si ERC se encastilla, habrá poderosas apelaciones a la “gran coalición”, ya que PP y PSOE suman 209  escaños. La fórmula agradaría a la derecha económica, pero, como bien ha dicho el líder del PP, Casado, sería muy negativo para este país intentar este experimento dejando como principal fuerza de la oposición a VOX. Las vicisitudes de la ‘gran coalición’ alemana pueden ilustrar sobre las contraindicaciones de tal fórmula.

En Alemania, en efecto, Angela Merkel ha encabezado tres gobiernos de ‘gran coalición’ con el SPD. La consecuencia más clara de la operación ha sido el debilitamiento de los dos grandes partidos tradicionales, la CDU/CSU de un lado y el SPD de otro, y el crecimiento inquietante de la extrema derecha, ‘Alternativa para Alemania”, y de la extrema izquierda, ‘Die Linke’.

Ante la desnaturalización provocada por la alianza sistémica entre derecha e izquierda, el SPD ha entrado en crisis y, en busca de su renovación, acaba de dar un vuelco ideológico: ratificó a primeros de mes como nuevos presidentes de la formación a Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken, ambos representantes del ala crítica con la gran coalición, que habían sido elegidos en elecciones primarias por las bases. El congreso federal socialdemócrata, que se celebró hace pocos días en Berlín, eligió con un 89 % a Walter-Borjans y con un 75 % a Esken y refrendó así la presidencia colegiada, la fórmula vencedora de la consulta entre las bases del partido. “Se ha dicho que representamos un giro a la izquierda (…) Si ello significa regresar a lo que fue Willy Brandt, demos ese giro a la izquierda”, pidió Walter-Borjans ante el congreso. El cometido del SPD debe ser “poner fin de una vez” a políticas que “acrecientan la desigualdad social” y apartarse de la línea del “déficit cero”. Más claro, imposible.

Los nuevos dirigentes del SPD, que han llegado a situarse en esta posición gracias a la presión ejercida sobre todo por las juventudes del partido, no van a destruir aparatosamente la gran coalición ni van a inquietar seguramente el tiempo del mandato que resta a la canciller Merkel, que no piensa seguir en política a su término, pero con total seguridad llevarán al programa electoral del SPD la negativa más absoluta a repetir la alianza con la derecha.

La democracia parlamentaria se basa en el axioma de que los problemas sociales y políticos tienen más de una solución posible, por lo que no aciertan los tecnócratas que pretenden aplicar a cada conflicto la solución racionalmente más adecuada (siempre hay varias soluciones ‘adecuadas’). Nuestros regímenes viven de la tensión dialéctica que provoca la confrontación de la derecha con la izquierda, los partidarios de la libertad económica y la desregulación, de un lado, y los partidarios de que el Estado sea garantía de igualdad y de estabilidad, de otro. Y en consecuencia, las alternancias son saludables porque regeneran y hacen avanzar los equilibrios en pos de una síntesis que da nuevo pasos hacia adelante cada vez que está al borde de lograrse.

En qué deben cooperar PP y PSOE

Así las cosas, PP y PSOE, que son los antagonistas naturales en esta confrontación perpetua, deberían limitarse a cooperar en dos grandes cuestiones: una primera, el esfuerzo conjunto por lograr que el modelo sea más funcional y facilite las alternancias. Y una segunda, la sustracción al debate político de las grandes cuestiones de Estado en las que ambas formaciones suscriben el ‘contrato social’ sobre el que se alza la Constitución.

Con respecto a la primera cuestión, PP y PSOE deben reformar los artículos 99 y 68 de la Constitución, reforma ordinaria que no requiere el procedimiento agravado del artículo 168 (mayoría más cualificada, referéndum y segunda votación tras la renovación de ambas cámaras).

El artículo 99 ha de cambiarse para que el candidato a la investidura la consiga por mayoría absoluta en primera votación en el Congreso de los Diputados, o por mayoría simple en la segunda, en la que los diputados sólo podrán votar afirmativamente o abstenerse. Es el llamado modelo vasco porque así se elige al lehendakari según el Estatuto de Autonomía vigente.

El artículo 68 y la LOREG deberían asimismo reformarse (a poder ser en el marco de una reforma constitucional más amplia que alcanzara también al Título VIII y al Senado) en el sentido de limitar la presencia de partidos periféricos en el Congreso y facilitar en cambio su protagonismo en el Senado a través de la representación directa en la Cámara Alta de los parlamentos regionales. Ello exigiría reconocer al Senado potestad legislativa plena y atribuirle competencia exclusiva en las normas transversales. Se trataría, en fin, de implantar un sistema cuasi federal y de limitar el acceso al Congreso a las formaciones estatales (que tuvieran representación significativa, superior al 3%, en al menos un tercio de las circunscripciones).

La consecución de pactos de Estado en las grandes cuestiones permanentes, que deben evolucionar sin vaivenes, es la otra gran asignatura pendiente de esta democracia, en la que no hemos sido capaces de forjar un simple consenso educativo en cuarenta años, y el PP y el PSOE deberían encabezar esa tarea inaplazable, de la que depende la calidad del Estado de Bienestar.

No es difícil pronosticar que el PP y el PSOE se esforzaran en desempeñar cabalmente el liderazgo en sus respectivos hemisferios, podrían recuperar buena parte del crédito destruido en estos pasados años con lo que estaríamos al borde de reconstruir un nuevo bipartidismo imperfecto, probablemente más poblado y rico que el anterior, y desde luego capaz de mejorar el funcionamiento actualmente errático de las grandes instituciones.

Antonio Papell
Director de Analytiks

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