El presidente del PP y presidente del Gobierno en funciones ha jugado sus cartas habilidosamente y hoy sigue siendo la pieza central de todas las estrategias futuras, para solaz de sus partidarios y horror de sus adversarios.
El grueso de su estrategia pasaba por el logro del apoyo, más o menos condicionado, de Ciudadanos, una organización frágil que ha crecido sobre todo gracias a las políticas erróneas y a la dureza del Partido Popular durante su etapa de mayoría absoluta y que tendría serias dificultades si hubiera de presentarse de nuevo al escrutinio de los ciudadanos sin haber conseguido cambiar antes el sistema electoral vigente, que como es conocido favorece objetivamente a las dos formaciones mayoritarias. Y, además, como se ha significado sobre todo desde la prensa periférica, Rajoy cuenta en sus cálculos, como penúltimo recurso, con las elecciones autonómicas vasca y gallega del 25 de septiembre.
Tras una serie de cábalas en torno a la simple abstención en la investidura de Rajoy, que no resolvía nada, Albert Rivera ha terminado cediendo: ha ofrecido el sí a cambio de una serie de condiciones de regeneración política… que Rajoy ha terminado escamoteándole en parte al no avenirse a solemnizar lo que un sector del PP podía haber interpretado como una afrenta.
Rajoy dejó en claro varias cosas el pasado miércoles, cuando salió a la palestra a anunciar que la Comisión Ejecutiva Nacional del PP, reunida en teoría para debatir las condiciones de Ciudadanos, habló de todo menos del orden del día porque a él no le pareció pertinente aceptar tamaña humillación: primeramente, Rajoy ha dejado claro que no le ha pasado por la cabeza compartir el mando en un hipotético gobierno en minoría (no es lo mismo pasar, como pasó Aznar, de gobernar con mayoría relativa a hacerlo con mayoría absoluta que al contrario); en segundo lugar, que no teme en absoluto unas nuevas elecciones porque –entiende- el electorado volverá a su redil progresivamente en cuanto vaya viendo lo que ocurre cuando se priva al PP de la mayoría que Rajoy considera “natural”. Por último, que todavía guarda algún cartucho en la recámara para casos de emergencia
El jueves, el líder del PP aceptaba las condiciones y la fijación de la fecha para su investidura, y Rajoy y Rivera recompusieron para la galería una relación que realmente ya estaba rota antes de nacer. En el tono de ambos se ha percibido con más claridad que antes que su alianza circunstancial no se produce para intentar realmente la investidura de Rajoy, que está cada vez más lejana, sino para poder cargar sobre el PSOE las culpas de que no haya investidura de Rajoy. Rivera detesta a Rajoy porque su estrategia necesita el referente del antagonista para construir su propio relato regeneracionista; pero Rajoy detesta a Rivera todavía con más intensidad porque representa una frescura ideológica que le sobrepasa y porque hurga en sus puntos débiles y exhibe ante el público conservador el peligroso criterio de que los gobiernos, sean del signo que sean, deben moverse dentro de límites éticos estrictos.
En definitiva, Rajoy, que ya no tiene más remedio que presentarse a su propia investidura y fracasar en ella –un mal trago pero en el fondo un trampolín-, se ha marcado ya varios objetivos: primero, utilizarla como un potente arranque de campaña electoral en Galicia (y en el País Vasco, aunque lógicamente con menores expectativas), de forma que la victoria gallega le permita acometer aún con más ímpetu la campaña electoral de las terceras elecciones españolas en doce meses. Y segundo, aprovecharla para desacreditar a sus adversarios: a Ciudadanos, causante de que el PP esté en estado de debilidad, y al PSOE, incapaz –según su argumentación- de anteponer el sentido del Estado a su particular interés.
Mientras tanto, quedará en reserva la opción PNV: si el nacionalismo democrático vasco, que será seguramente el partido más votado el 25S, no consigue sumar con el PSE escaños suficientes para gobernar como actualmente, podría apoyarse en cualquier otra formación –lo sucedido en Navarra demuestra la pluralidad de opciones- y también en el PP. La opción tiene grandes dificultades, y entre ellas la alergia que siente Ciudadanos hacia el nacionalismo, pero en este país no hay coaliciones imposibles. Con PNV y CC, el pacto PP-C’s llegaría a los 175 escaños. No es mayoría absoluta pero probablemente el Constitucional convalidaría su derecho a gobernar.
La jugada global es hábil, pero ha de contar con la credulidad de la gente. ¿Estará el cuerpo electoral dispuesto a cargar la ingobernabilidad sobre los hombros exclusivos de Ciudadanos y del PSOE? ¿Creerá el electorado que el Partido Socialista, en su actual posición, puede tener en alguna circunstancia la gentileza de aupar a Rajoy a la jefatura del Gobierno, después de cuatro años de políticas socialmente insensibles y después de una interminable historia de episodios de corrupción que arrancarán además espectacularmente en las salas de justicia este otoño? En otras palabras, ¿creerá la sociedad de este país la versión de los hechos que refiere Rajoy, quien al parecer ignora que la existencia de Ciudadanos y de Podemos no es otra cosa que la consecuencia de una desastrosa gestión de la crisis económica, de la que Rajoy deberá aceptar al menos una importante cuota parte?
Entre el 20D y el 26J, el PP subió significativamente (4,3 puntos y 14 escaños), mientras Ciudadanos y el PSOE bajaban levemente. Si Rajoy cree que esta es la tendencia, habrá terceras elecciones. Lo que ocurre es que desarrollar esta tesis es jugar con fuego, y no sólo porque las primeras encuestas posteriores al 26J no registran que progresen los vectores apuntados sino porque es fácil que el electorado detecte el tacticismo y se obstine en votar lo que ha venido votando hasta ahora. De cualquier modo, esta es la situación.
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