Gregorio Samsa, el protagonista de La Metamorfosis, la obra más reconocida de Kafka, se despertó un día convertido en un monstruoso insecto. Asustado y nervioso, intentó dormirse de nuevo. Se balanceó hacia su derecha, porque ese era el lado que más le gustaba para dormir, pero el caparazón se lo impedía. “Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y solo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido”, describía el escritor alemán.
Igual que Samsa cerraba los ojos para no ver sus patas de insecto, el Frente Nacional de Marine Le Pen cambia de nombre para no ver su pasado, como si una modificación en la nomenclatura pudiese tapiar una ideología. Marine Le Pen ha cambiado el nombre del partido que fundó su padre, el excombatiente en Argelia, Jean-Marie Le Pen, por el de Reagrupamiento Nacional. Los ideólogos de esta estrategia sostienen que el nombre antiguo arrastraba connotaciones negativas que asustarían a potenciales votantes. El engaño, el deseo de persuadir al votante más inocente con tal de llevar a cabo sus macabros planes, esa es la mejor estrategia de la nueva oleada de partidos fascistas que brotan en Europa.
En esencia, este Reagrupamiento Nacional es igual que el Frente Nacional. Si acaso cuenta con una dosis extra de enfado por haber sido derrotados en las elecciones de 2017 ante el también derechista Emmanuel Macron, otro al que muchos quisieron ponerle esa careta de moda de ‘centrista’. Con el nacionalismo como pilar básico y el discurso transversal por bandera -ni de izquierdas ni de derechas, esto en España también nos suena-, la formación de Le Pen, que ya gobierna en varias ciudades y pueblos, busca abrirse a un mayor número de electores y quitarse la caspa fascista para llegar a acuerdos con otras formaciones. Esperemos que no sean tan crédulos.
Al igual que Samsa, el PP también ha sentido un leve dolor en el costado, un dolor que nunca antes había sentido. Sin darse cuenta, la formación se ha convertido en un gigantesco insecto larvado de corrupción. Hasta que un buen día, también como el protagonista de la obra de Kafka, el PP se despierta y se da cuenta de que no presiden España. De que no tienen presidente. De que todo ha saltado por los aires en un abrir y cerrar de ojos. En Génova aún no se lo creen. Parecía que no, pero las decenas de ‘casos aislados’ de corrupción han desgastado a los conservadores, que ahora tendrán que elegir un nuevo líder que les despierte de este mal sueño.
Pero, sin duda, los maestros de la metamorfosis política se visten de naranja. Si Albert Rivera fuese Kafka, Gregorio Samsa una vez despertaría siendo un insecto y otra lo haría siendo una bailarina de ballet. La veleta solo se mueve al compás de las encuestas. En el tiempo que lleva Ciudadanos entre las bambalinas de la política, ya han tenido tiempo para ser socialdemócratas, los nuevos ‘liberales de Cádiz’ y ahora los salvapatrias de una España cuyo mayor y único problema es el nacionalismo catalán.
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