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Podemos: de la revolución a la reforma

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Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, durante el primer congrso de Vistalegre
Pablo Iglesias

Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno de Derechos Sociales, se calificó a sí mismo de “modesto reformista” durante el escrache a cargo de los jóvenes del ‘Frente Obrero’ que padeció el miércoles en el salón de actos de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, la misma en la que ejerció como profesor y en la que germinó la idea primigenia de Podemos. Quienes boicotearon su intervención, le afearon lógicamente la evolución que Iglesias y sus conmilitones han experimentado. Es de recordar que en 2010, el propio Iglesias participó en un escrache en el mismo escenario contra Rosa Díez al grito de “fuera fascistas de la Universidad”.

Podemos nació como decantación de las movilizaciones espontáneas del  15-M —15 de mayo de 2011—, que fueron la reacción popular contra una crisis desencadenada por el sistema financiero internacional —es decir, por los ricos del imperio— y que había sido pésimamente gestionada por la clase política, por las elites nacionales e internacionales, que ni supieron preverla ni mucho menos afrontarla con decisión y resolverla.

Las vacilaciones del G-20 sobre la conveniencia de aplicar políticas de oferta o de demanda (en España se nos hiso pasar del descabellado ‘Plan E’ a los recortes drásticos) fue una de las causas del desastre. Con más del 25% de parados en España, la indignación popular y el desdén hacia el sistema establecido eran perfectamente comprensibles, y de la madurez de la ciudadanía dependió que aquel episodio no terminara mal.

Lo cierto es que en enero de 2014 se presentó a través del diario Público un manifiesto, “Mover ficha: convertir la indignación en cambio político”, firmado por una treintena de intelectuales de izquierdas entre los que no estaba por cierto Pablo Iglesias, pese a lo cual pocos días después se conoció que Iglesias encabezaría el movimiento, cuyo primer objetivo seria conseguir un buen resultado en las elecciones europeas de mayo. El 17 de enero se presentaba Podemos en el Teatro del Barrio de Lavapiés, y se inscribía en el registro de partidos el 11 de marzo.

El primer aldabonazo del nuevo partido se dio efectivamente en aquella consulta, en la que la lista de Podemos obtuvo 1,25 millones de votos, el 8%, lo que le proporcionó cinco escaños. Desde aquel momento, la nueva opción adquirió verosimilitud y se encaminó hacia un éxito todavía mayor, que obtuvo en las elecciones generales de diciembre de 2015, en las que logró 4,2 millones de votos, el 20,66% de los sufragios, a menos de un punto y medio del PSOE, lo que le proporcionó 69 escaños.

El resto de la historia es conocida, pero interesa subrayar que aquella organización que revolucionó el sistema de partidos español nació contra el establishment, que había fracasado a la hora de mantener unos estándares mínimos de bienestar para toda la población. Las noticias de corrupción política, que ya comenzaban a agolparse, contribuyeron a caldear el ambiente para que los antisistema encontraran una gran audiencia.

Podemos nació para desplazar a la ‘casta’

Podemos nació, en fin, para rebasar el régimen del 78 y para desplazar a la “casta”, a las elites que se habían adueñado del sistema y lo habían conducido a la ruina. Sin embargo, sus postulados ideológicos no se correspondieron con los de la izquierda tradicional: la gran novedad fue la incorporación del populismo, un movimiento transversal basado en la obra del argentino Ernesto Laclau y que puede entenderse fácilmente a través del ensayo “En defensa del populismo” del profesor Fernández Liria, con un prólogo esclarecedor de Luis Alegre.

Tal populismo pretendería devolver el sentido primigenio y pleno a los grandes conceptos democráticos emanados de la Revolución Francesa.

Iglesias viró sin embargo a babor, quizá consciente de que le resultaba indispensable el lenguaje progresista, y acabó convirtiéndose en una fuerza relevante de la izquierda que terminó pactando con Izquierda Unida, frustró la llegada al poder de una coalición entre PSOE y Ciudadanos, se negó a formar con los socialistas una alianza a la portuguesa y ha terminado gobernando en coalición con ellos (aunque tras pagar un elevado precio en escaños por la negativa a prestar apoyo externo al PSOE tras las elecciones de abril del año pasado, lo que obligó a nuevas elecciones en noviembre).

Finalmente, Iglesias se ha salido con la suya y ya gobierna en coalición con el PSOE, aunque con apenas una escuálida mayoría de 155 escaños (la suma de PSOE y UP en abril de 2019 era de 165 escaños).

Cambios en la formación

Lógicamente, esta evolución desde la utopía al ejercicio del poder real ha cambiado muchas cosas en Podemos, pese a que Iglesias cultiva el teórico ardor revolucionario en sus escritos cuando ya se ha instalado en la moderación y en el sistema mismo. Así, en la asamblea ciudadana estatal —máximo órgano de la organización— que se celebrará en Leganés el día 21 (y que es llamado Vistalegre III), el documento político sigue explicando que el 15-M supuso la “pulsión constituyente” frente al avance de las “fuerzas reaccionarias” y el “ataque de las elites a las conquistas democráticas más elementales”…

Pese a esta definición enardecida, Podemos pondrá los pies en el suelo y eliminará algunas características épicas de la organización, como la limitación exagerada de los salarios de sus cuadros –desaparece la barrera  salarial del triple del salario mínimo–  y la reducción drástica del número de mandatos a ocho años, dos legislaturas –será posible una tercera previo referéndum de las bases–; sin esta reforma, Iglesias tendría que abandonar la secretaría general de su partido en 2022. El cambio es antiestético pero comprensible.

Nacieron jóvenes y revolucionarios, influyeron en el sistema para que hubiera una depuración, y hoy están dispuestos a contribuir a administrar el régimen democrático,

En este país, estamos lamentablemente acostumbrados a los renuncios de la clase política, por lo que un cambio de posición o de criterio ya no nos sorprende. En este caso, los ‘podemitas’ han cambiado de la noche al día pero pueden esgrimir legítimamente su teoría de la maduración: nacieron jóvenes y revolucionarios, influyeron en el sistema para que hubiera una depuración que, aunque incompleta, se ha producido, y hoy están dispuestos a contribuir a administrar el régimen democrático, probablemente porque se han convencido de que no es el sistema sino su gestores el responsable de la mayoría de los fracasos y de las carencias.

Ahora sólo falta que, en su búsqueda de la templanza, consigan resolver sus diferencias con el PSOE por la vía discreta de la negociación interna, y no por la más vistosa del rasgamiento público de vestiduras. No es admisible que los trapos sucios de su relación con el PSOE –en inmigración, en la ley de Libertad Sexual y en el ‘caso Couso’- hayan de lavarse en público.

En cualquier caso, los podemitas ya saben que quienes hoy les critican por esta  sana evolución y por su moderantismo tranquilizador les destriparían sin piedad si hubieran sido incapaces de evolucionar. Así son las cosas.

Antonio Papell
Director de Analytiks

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