«El PP ha vuelto. Hemos vuelto después de este proceso interno». El sábado 21 de julio, Pablo Casado obtuvo el respaldo de la mayoría de los 3.082 compromisarios del Congreso del PP. Venció a Soraya Sáenz de Santamaría y al marianismo. Aquel día, el PP preparó el equipaje para su viaje a los confines de la derecha.
Por el camino, la crisis de los partidos socialdemocristianos. Nunca en los últimos treinta años los socialdemócratas y democristianos –en Alemania, SPD y CDU; en Italia, Forza Italia y P. Democrático; en España, PSOE y PP– se habían encontrado en tan frágil situación, como explica Andrea Rizzi en El País. Estas dos familias políticas, otrora hegemónicas, se están viendo obligadas a coexistir a izquierda y derecha con nuevas formaciones, con lo que ello conlleva: incapacidad para formar mayorías de gobierno cualificadas.
En mayo de 2018, cuando Vox era únicamente un grupo de frikis neofascistas sin presencia en los medios de comunicación, Antonio Papell se preguntaba en estas páginas sobre la posible desaparición del PP tras la irrupción de Ciudadanos. El director de Analytiks recordaba que los conservadores ya habían sido relevados por los de Albert Rivera en Cataluña y que la irrupción de estos podría acelerarse «en las elecciones municipales y autonómicas de 2019». Dentro de la crisis de los partidos tradicionales, la derecha estaba apuntalando la suya propia.
Ni el PP ni nadie contaba con Vox
Si por aquel entonces los analistas más finos ya barruntaban el futuro descalabro del PP, nadie contaba con el factor Vox: una fuerza a la derecha de Génova, capaz de seducir a todas las clases sociales. Con briznas neoliberales y brochazos de nacionalismo, en sus primeras elecciones, las andaluzas, consiguieron 12 escaños. El PP, que obtuvo 26 diputados, ha maquillado sus peores resultados en Andalucía con la presidencia de la Junta.
El PP puede continuar su estrategia de ‘cuanto más a la derecha, mejor, menos votantes se escaparán’. Pero los cirujanos de la gaviota tienen que agarrar bien las gasas y el hilo porque el último barómetro del CIS es desolador.
El porcentaje de personas con intención de votar por los conservadores en unas hipotéticas generales pasa del 19,1 % al 14,9 % desde diciembre. Pero el dato más alarmante, el que subraya Kiko Llaneras, es que solo la mitad de los que votaron por el PP en 2016 tiene intención de repetir aquel voto. Un 18 % se declara indeciso y un tercio abandona el barco (votarían a Vox o a C’s). «La serie de intención de voto del CIS arranca en 1996 y el PP nunca había estado peor», señala Llaneras.
Tú ya me la has jugado. Vete, olvida mi nombre
¿La victoria del marianismo, es decir, de Sáenz de Santamaría, aquel 21 de julio, garantizaría un mejor futuro para el PP? Nadie lo sabe y de nada sirve hacer pronósticos con el cadáver de la moderación en descomposición. Pero hay un elemento clave para entender esta situación: como nos dijo el politólogo Pablo Simón en una entrevista que nos concedió [ver la decimoquinta pregunta], si el votante de derechas se encuentra con que dos partidos tienen la misma postura, caerá en brazos de los nuevos porque su nombre aún no está manchado. «El votante conservador se acuerda de la gestión de la crisis territorial del PP y se acuerda de cómo prometieron bajar los impuestos y no los bajaron», nos explicó.
En definitiva, que ‘entre todos [la crisis de los partidos socialdemocristianos] la mataron’ y ‘ella sola [con la deriva derechista e irresponsable] se murió’. El PSOE parece que ha frenado su deterioro –que no ha sido cosa menor–, pero con la izquierda nunca se sabe. Estaremos atentos.
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