Nueva etapa para el espacio que ha sido, durante los últimos años, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. El ahora Pavón Kamikaze cobra vida e inicia temporada con Idiota, de Jordi Casanovas. En la dirección, Israel Elejalde, uno de los integrantes del cuarteto que se ha propuesto que la sala tenga una programación estable y rentable. Sus socios, que se han lanzado con él a la aventura de gestionar el teatro –el director Miguel del Arco y los productores Aitor Tejada y Jordi Buxó–, daban el pasado viernes la bienvenida a su casa al público antes de que se iniciara la función.
Para el estreno de la sede de la compañía, Elejalde –que repite como director tras El sótano de Benet i Jornet– ha elegido un pas de deux. Para él, la esencia del conflicto está en una obra de dos personajes en la que “uno habla y el otro dice ‘no estoy de acuerdo’”. Una pareja de baile de salón en un montaje que entretiene pero también incita a la reflexión y provoca zozobra. No podría dirigir textos que no lo hicieran, que no le supusieran un reto, defiende.
La pieza de Casanovas –que puede verse hasta el 30 de octubre– tiene un desarrollo muy cinematográfico. El escenario se asemeja a una pantalla de cine y al comienzo asistimos a la proyección en la pared del fondo de los créditos iniciales y de unas viñetas, como si de una mezcla de géneros se tratara. Los dos planos en los que se mueven los personajes, el aspecto de la mesa destinada al protagonista, la –de nuevo– pantalla de su parte superior, las cámaras que graban todo lo que sucede y las que, desde la calle, dan cuenta de lo que se produce al mismo tiempo fuera de la estancia, contribuyen a transmitir al espectador la sensación de que está ante muñecas rusas –la metáfora es del director– que se abren para dar sucesivas vueltas de tuerca a la trama. La iluminación también ayuda a proporcionar la impresión de que, frente a las butacas, se abre un plató, en concreto el de un concurso de televisión en el que el tiempo cuenta cada vez más.
El idiota se llama Carlos Varela y es un bocazas cuya cháchara incita a la sonrisa. Pero, no nos engañemos, no son sus ocurrencias lo gracioso, sino que quien da risa es él. Interpretado por Gonzalo de Castro, necesita dinero y por eso se presenta como conejo de indias a una prueba psicológica por la que pagan muy bien y cuyos detalles, que ha firmado, desconoce. Debe contestar, en un lapso determinado, a varias cuestiones. Y, claro, nosotros no responderíamos como él lo hace a aquello que le plantea la psicóloga, una doctora alemana a la que encarna Isabel Gelabert. Varela lo intenta, desconocedor de las graves consecuencias de sus fallos. “Ser idiota provoca dolor a las personas más cercanas”, constata ella. “Dispare”, le dice él a su única contraparte durante el experimento, como si fuera una premonición. Porque, de la sugestión inicial, a la que muy pocos son inmunes y que lleva a la irracionalidad, se pasa a la amenaza y a la coacción. Y entonces se acaban las carcajadas. Así, tras ese primer distanciamiento del tonto simpático, llega la compasión. Y es que la estupidez no solo es infinita, sino una condición especialmente aplicable al género humano.
Las preguntas ya no se enuncian en voz alta. Asaltan a los espectadores mientras transcurre la sesión: ¿Qué pasaría si nos recordaran lo que hemos dicho de algunas personas?¿Cuánto agudiza el ingenio el temor al sufrimiento, el propio y el de los más cercanos? ¿Hasta dónde somos capaces de aguantar sin rebelarnos? ¿Por qué hacemos caso a una supuesta autoridad? ¿Qué nos lleva a ser tan manipulables? ¿Qué es la realidad: aquello que nos cuentan, lo que creemos ver…? ¿Todos tenemos un precio? De esa forma, nos acercamos al objetivo de la prueba. El hombre acuciado por las deudas, encerrado, acorralado y amenazado, en cuya vida han hurgado, sufre y está a punto de abandonar, pero el estipendio final se lo impide. ¿Llegará a compensarle? Gonzalo de Castro se calza sus zapatos con solvencia. Al otro lado, Gelabert exhala frialdad y competencia. Y, sin embargo y pese al interesante punto de partida de la obra, en un teatro que alberga también estos días representaciones de esa maravilla que es La función por hacer –la pieza que dio origen a Kamikaze–, una hubiera esperado un poco más del montaje elegido para estrenar temporada.
Autor: Jordi Casanovas
Dirección: Israel Elejalde
Intérpretes: Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert
Escenografía: Eduardo Moreno
Iluminación: Juanjo Llorens
Sonido: Sandra Vicente (Estudio 340)
Vestuario: Ana López
Vídeo: Joan Rodón
Música original: Arnau Vilà
Ilustraciones: Lisa Cuomo
Dirección de producción: Aitor Tejada y Jordi Buxó
Producción: Gonzalo de Castro, Israel Elejalde, Buxman Producciones, Kamikaze Producciones y Hause & Richman Stage Producers
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