La idílica Binibeca Vell, comparada con Mikonos y Venecia por su encanto arquitectónico se enfrenta un desafío similar: la masificación turística y sus consecuencias.
Con su arquitectura de edificios bajos y encalados, estrechas calles empedradas y escaleras laberínticas, Binibeca Vell atrae a una multitud de más de 800.000 turistas cada año, ansiosos por capturar la esencia de este pintoresco pueblo, una recreación de los años sesenta de un auténtico pueblo de pescadores.
Sin embargo, para los residentes, esta popularidad conlleva una carga significativa: ruidos molestos, comportamientos intrusivos y calles inundadas de basura. Los informes de turistas ingresando a casas, sentándose en muebles y organizando fiestas al aire libre para beber son moneda corriente.
Ante la inacción de las autoridades locales para regular esta situación, la asociación de propietarios, representando a los 195 dueños de Binibeca Vell, ha tomado medidas en sus propias manos. Han establecido un nuevo horario de visitas, restringiendo la entrada al pueblo entre las 11:00 y las 20:00 horas desde principios de mayo.
Además, han emitido advertencias a los turistas, instándolos a abstenerse de ingresar a las casas y subir a los balcones. Pero estas medidas podrían no ser suficientes: el pueblo ha planteado la posibilidad de cerrar por completo a los visitantes si persisten los comportamientos perturbadores.
El presidente de la comunidad de propietarios, Óscar Monge, advierte que los residentes votarán en agosto sobre el cierre definitivo del complejo a los visitantes si las autoridades continúan ignorando la situación. A pesar de recibir algo más de 25.000 euros anuales para el mantenimiento del pueblo, los residentes se preguntan si vale la pena ser la atracción turística más popular de Menorca, sin recibir los beneficios adecuados a cambio.